“Los malos de la película”: la industria farmacéutica vista por el cine

Revista Nº 17 – Enero 2023

AUTORES: José Manuel Estrada – Serapio Severiano. Miembros de la Comisión de Redacción de la rAJM

Es habitual leer en los medios de difusión, en la propaganda institucional y en las declaraciones públicas de los responsables de la industria farmacéutica que su principal preocupación es “la salud de los pacientes” cuando la realidad parece desmentir esta afirmación revelando que son más bien “los intereses económicos” de la empresa y de sus accionistas su principal prioridad. A costa, la mayoría de las veces, de grandes sufrimientos de los pacientes y dejando por el camino un reguero de cadáveres. Los casos reflejados en las películas que presentamos en este texto (de los que lamentablemente ofrecemos inevitables spoilers para explicar el comportamiento poco ético, cinematográficamente hablando, de algunas empresas farmacéuticas) muestran una colección destacable de escándalos de la industria y de sus lobbies en la defensa de sus «intereses» y una “mala praxis” caracterizada por ocultaciones, engaños, fraudes, corrupciones y ambiciones desmedidas.
 
Esta relación de ejemplos oscuros, poco éticos y censurables se inicia con la serie para la televisión “Dopesick: Historia de una adicción” (2021), disponible recientemente en la plataforma Disney+. Esta serie (1,2), en ocho capítulos, se basa en el caso real del OxyContin, fármaco que llegó a ocasionar una de las mayores epidemias de adicción a drogas en Estados Unidos, en este caso los opiáceos, con un guion escrito por Emmy Danny Strong a partir del bestseller de Beth Macy Dealers (“Doctors and the Drug Company that Addicted America”, 2018). Su protagonista es el médico Samuel Finnix (Michael Keaton), que se verá inmerso en este escándalo, pero en los diferentes capítulos se irán conociendo otros protagonistas, como los propios pacientes y sus familias o responsables de la industria farmacéutica. La compañía Pardue Pharma, propietaria del OxyContin, lanzó al mercado este fármaco opioide asegurando a los médicos, a través de sus visitadores y su amplia publicidad, que era un producto seguro pues tan sólo provocaba adicción en el 1% de los pacientes. Los representantes de la farmacéutica se distribuyeron por todo el país difundiendo las bondades del nuevo medicamento, que luego no resultaron tales, demostrándose más tarde lo fácil que era para los pacientes caer en un proceso de adicción. Su consumo llegó incluso a un remoto poblado minero en los Apalaches, donde el nuevo fármaco fue probado por un buen número de trabajadores de la mina, aquejados de dolores a causa de sus continuados esfuerzos físicos, y su uso provocó adicción en la mayoría. En la serie se cuestiona el papel de la industria farmacéutica, que engaña conociendo a sabiendas los efectos del fármaco, el de los visitadores, que contribuyen a difundir estas falsedades, y el de la propia FDA norteamericana, al no extremar su celo en el control y supervisión de los nuevos fármacos y facilitar, en definitiva, este fraude que causó una epidemia en la que han fallecido más norteamericanos que en las guerras de Vietnam y Afganistán juntas.
 
Otro caso, y también real, puede seguirse en La fille de Brest (2016; La doctora de Brest), de la francesa Emmanuelle Bercot, que rememora el caso real del Mediator, prescrito para pacientes diabéticos con sobrepeso, basándose en el libro de la doctora Irène Frachon (“Mediator 150 mg. Combien de morts?”, 2010). La industria farmacéutica ocultó deliberadamente los efectos adversos de este fármaco (entre otros, valvulopatías e hipertensión pulmonar), que causó más de 500 muertes al menos en Francia, y esta neumóloga de Brest, en la Bretaña, inició una lucha contra los laboratorios Servier para que lo retiraran del mercado. El film se inicia en 2009, cuando la doctora Frachon (Sidse Babett Knudsen) comenzó a sospechar que algunas de las cardiopatías de sus pacientes podían deberse a este fármaco antidiabético, denunciando este problema ante las autoridades sanitarias y sufriendo por ello críticas y amenazas de la compañía farmacéutica, que había ocultado cualquier resultado negativo del uso de benfluorex, principio activo del Mediator. En esta lucha de David contra Goliat Franchon no se encontrará sola, recibiendo el apoyo de su marido y de otros colegas, como el médico Antoinle Le Bihan (Benoît Magimel).
 
Este lado “poco transparente” de la industria farmacéutica ya se había manifestado en el film alemán Die dunkle Seite des Mondes (2015; El lado oscuro de la luna) (3), de Stephan Rick, basado en el bestseller de Martin Suter publicado en 2000. El film está protagonizado por un ambicioso abogado alemán, Urs Blank (Moritz Bleibtreu), experto en fusiones de empresas, ante el que se suicida un hombre de negocios al que había conducido a la ruina mediante sus prácticas leguleyas de abogado sin escrúpulos. El impacto del suicidio en su presencia y la asunción de su implicación en dicha muerte, le llevan a iniciar un viaje de autodestrucción a partir del consumo de alucinógenos. Todo ello en el marco de la fusión de dos grandes industrias farmacéuticas, las cuales tienen la intención de dominar el mercado alemán para obtener aún mayores beneficios, y con la crítica, de fondo, de la codicia de los profesionales farmacéuticos, que no dudan en comercializar medicamentos poco aptos para la salud de los ciudadanos.
 
Unos años antes, Steven Soderbergh había dirigido Side Effects (2013; Efectos secundarios) (4), película centrada en la competitividad de la industria farmacéutica y en el valor de su publicidad para influir en los ciudadanos y en los pacientes, con la inestable mediación de los médicos prescriptores, que facilitan que estos nuevos fármacos lleguen a la población. La historia narra los efectos de un nuevo ansiolítico en una joven con trastornos de ansiedad, Emily Taylor (Rooney Mara), tratada por el psiquiatra Jonathan Banks (Jude Law). El médico, necesitado de algunos ingresos extra, es convencido por la industria farmacéutica para que recete un ansiolítico, Delatrex, y les traslade la información sobre los efectos que este nuevo fármaco está causando entre sus pacientes. Por otra parte, Emily, que ya está siendo tratada farmacológicamente, ha visto en las instalaciones del metro la publicidad de otro nuevo fármaco, Ablixa, y le pide a Banks que se lo recete, a partir de las recomendaciones de la anterior psiquiatra de Emily, Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones).
 
Todo parece indicar que el nuevo fármaco es efectivo para los trastornos de ansiedad, aunque se empiezan a descubrir algunos efectos secundarios que, en principio, no deben desdeñarse, entre ellos el sonambulismo. Precisamente, este sonambulismo ocasionado por el nuevo fármaco traerá sus consecuencias, pues en uno de estos episodios Emily apuñala sonámbula a su marido, Martin Taylor (Channing Tatum). El doctor Banks defiende a Emily en el juicio por asesinato, pero la difusión de este hecho en la prensa provoca el despido del psiquiatra en la clínica donde trabajaba, siendo apartado además del ensayo clínico en el que participaba, con las consecuencias económicas que ello le supone. El argumento da un giro sorprendente porque todo ha sido una simulación de Emily, quien finge tener una depresión y, en connivencia con su amante y anterior psiquiatra, la doctora Siebert, ha planeado el asesinato de su esposo. Esta información la ha obtenido Banks coaccionando a la paciente, que finalmente acabará ingresada en un psiquiátrico. El film plantea, entre otros, el tema de la publicidad directa de los medicamentos, una actividad bastante lasa en los Estados Unidos pero con una mayor regulación y prohibiciones en la Unión Europea, así como el problema de la intermediación de los profesionales sanitarios, los cuales al obtener ciertos beneficios económicos de la industria (por ejemplo, invitaciones a congresos o a comidas), facilitan el consumo de determinados fármacos por parte de la población, muchas veces sin unos beneficios claros frente a medicamentos ya existentes. Como complemento a esta labor de los médicos como introductores de los fármacos en la sociedad se trata el tema de la formación remunerada e interesada desde la industria hacia los profesionales a través de congresos y jornadas sufragados por las propias compañías en las que éstas publicitan los “beneficios” de sus fármacos y presionan a los médicos a su prescripción, los cuales se ven obligados para devolver los “favores” que reciben de la industria.
 
Ese mismo año 2013, el cine italiano mostraba, desde el punto de vista de los visitadores, los amaños y aviesos entresijos de la industria a través del perfil de un representante en Il venditore de medicine (2013) (5), de Antonio Morabito. Bruno Donati (Claudio Santamaria) es un comercial de una compañía farmacéutica en crisis económica y en previsión de drásticos recortes de personal. Esta circunstancia lleva a Donati a utilizar toda clase de engaños y corruptelas para conseguir “colocar” los fármacos de la compañía entre los médicos y salvar así su puesto en competencia directa y descarada con el resto de visitadores. No obstante, al darse cuenta finalmente de su deshonesta actitud, se redimirá ayudando a un amigo que tiempo atrás había participado en un ensayo clínico como “conejillo de indias”. Con esta película, el director quería mostrar que el poder de la industria farmacéutica no es únicaente internacional, como ya han demostrado otros films, sino que está mucho más cerca, en nuestro entorno y en nuestro barrio, a través de la imagen de ese visitador que busca por cualquier medio sobornar y presionar a los médicos de las consultas. Respecto al personaje principal de su film, su director explica que es, a la vez, víctima y verdugo: “Es una persona que, dentro de una situación de corrupción rampante, no representa a uno de los autores, sino a una víctima de este engranaje creado por la cúpula. Este problema nos toca muy de cerca, no estamos hablando de los grandes abusos que hacen las multinacionales del medicamento en el Sur del mundo, sino de nuestro médico de confianza.” (5).
 
La mala praxis de la industria farmacéutica se repite en Love and Other Drugs (2010; Amor y otras drogas), de Edward Zwick, basada en la historia real de Jamie Reidy, representante comercial de gran éxito, que comercializaba Viagra de Pfizer y fue autor del libro “Hard Sell: the Evolution of a Viagra Salesman” (2005), donde narraba sus experiencias. Se trata de un film con una historia romántica, en la que el protagonista, Jamie Randall (Jake Gyllenhaal), todo un seductor y visitador médico de prestigio, conoce a la joven Maggie Murdock (Anne Hathaway), enferma de Parkinson, y en el que se denuncian las prácticas habituales de la industria, preocupada principalmente, en este caso, por obtener beneficios a toda costa. Por un lado, en el film (6) se incide en las agresivas campañas de publicidad de los medicamentos, sobre las cuales en los Estados Unidos, en el momento de localizar cronológicamente el film, los años 90 del siglo XX, había un escaso control (situación que no puede extrapolarse al continente europeo), y se incide en el ánimo de lucro de la industria, personalizado en los visitadores y representantes farmacéuticos, que suelen explotar sus encantos personales para convencer al personal sanitario e, incluso, recurren a prácticas poco éticas, como hace Randall cuando recurre al soborno o cuando, en la consulta del doctor Knight retira de una estantería todos los envases de Prozac (que luego tirará a la basura), producto de la competencia, dejando sólo el Zoloft, medicamento que él representa, en esa lucha diaria por ser el vendedor más competitivo. Así mismo en el film se denuncia la situación de una buena parte de la población norteamericana, en situación económica precaria, con el caso de esos grupos de ancianos, que viajan en autobuses a Canadá en busca de medicamentos más económicos, viajes a los que se suma la protagonista, Maggie, para adquirir fármacos contra su enfermedad de Parkinson.
 
En 2005, Fernando Meirelles dirigía uno de los primeros films de denuncia de las actitudes inmorales de la industria farmacéutica en The Constant Gardener (2005; El jardinero fiel) (7), basado en la obra de John Le Carré, protagonizado por Ralph Fiennes y Rachel Weisz, y ambientado en Kenia. Justin Quayle (Fiennes) es un tranquilo y taimado diplomático británico, destinado en este país africano, que se ve impulsado a descubrir la verdad sobre el brutal asesinato de su esposa, Tessa (Weisz), que las autoridades atribuyen a un crimen pasional. Los responsables gubernamentales británicos dan por buena esta versión y están convencidos de que el poco impulsivo esposo de la activista quedará conforme con los hechos. Este, amparado en los recuerdos de su amor por Tessa y convencido de la inexistencia de esta infidelidad conyugal, decide investigar por su cuenta “(Le fallé, tengo que acabar lo que ella empezó”, dice Quayle en un momento del film), sorteando las dificultades que para ello le ponen las autoridades y descubriendo una verdad muy distinta. Tessa era una activista luchadora que, en el momento de ser asesinada, estaba investigando las corruptelas y mala praxis de la industria farmacéutica en el continente africano. Para encubrir sus hallazgos sobre el inmoral comportamiento de la compañía farmacéutica KDH, en colaboración con otra empresa local, es eliminada físicamente, tergiversándose las causas de su muerte. Las investigaciones de Quayle le llevan a conocer el descubrimiento que había hecho su esposa junto con el médico local keniata Arnold Bluhm (Hubert Koundé): la connivencia entre los gobiernos británico y keniata y la multinacional farmacéutica KDH, propietaria del nuevo fármaco Dypraxa. Este medicamento antituberculoso estaba siendo probado de forma gratuita entre la población africana de forma poco ética, pues a quienes rechazaban ser sometidos al tratamiento se les negaba cualquier asistencia médica. Tessa había sabido de la existencia de este fármaco cuando, al perder el bebé que esperaba, conoció en el hospital a una joven que estaba siendo tratada con Dypraxa y que le reveló lo perjudicial que estaba resultando su consumo. Para denunciar esta situación escribió al Alto Comisionado Británico, el cual le respondió con evasivas, siendo asesinada poco después. Si el fármaco pasaba estas pruebas que se estaban realizando de forma tan perversa en Kenia sería comercializado sin problemas. Los descubrimientos de Tessa y luego de Quayle, al poner de manifiesto que el fármaco es potencialmente peligroso y que ello está siendo ocultado y falsificado por la compañía, supondrían un retraso en su comercialización o una retirada del del mercado, con pérdidas millonarias cosnecuentes.
 
La película, como señala Juan Luis Cuesta (8), es además una diatriba contra Occidente, pues “critica a los gobiernos de los países ricos por no identificar ni satisfacer las necesidades reales de los pobres en los países subdesarrollados. Es una ácida crítica a toda la política social y económica que siguen en estos países. En zonas donde el sida y la tuberculosis son enfermedades endémicas, el uso en ensayos clínicos de técnicas que van contra todos los principios éticos suele ir acompañada de injusticias sociales.” Una negativa descripción que ya había atrapado a Le Carré a la hora de escribir la novela, atraído por el secretismo, la corrupción y la codicia de las multinacionales (9) y, como comenta Jeanner Lanzer en BMJ, “los recientes episodios de empresas farmacéuticas que prueban sus productos demuestran que la acusación del Sr. le Carré, por desgracia, tiene cierta base en la realidad” (9). Esta autora subraya además que buena parte de los ciudadanos africanos que están utilizados como conejillos de indias, por ejemplo, en el film, nunca tendrán dinero para comprar los fármacos que se están probando en ellos.
 
No obstante, la película, aunque sigue con bastante fidelidad la novela previa, incide sobre todo en las malas prácticas de la industria farmacéutica, pero las culpas aparecen mucho menos repartidas que en la novela de Le Carré: “Podría decirse que la película se focaliza en dos tramas principales, la sentimental y la resolución del entramado de corrupción para el desarrollo de un nuevo fármaco. A nuestro entender, el libro critica mucho más abiertamente las instituciones y los colectivos implicados, al mismo tiempo que aborda otros aspectos que difícilmente pueden reflejarse en la película. Como esta se centra en la crítica a la industria farmacéutica, posiblemente transmite un ataque más directo contra estas compañías que el propio libro” (10). Aunque pueda haber muchas connotaciones con la realidad más inmediata, habría que añadir que los hechos narrados por el escritor y filmados luego por Meirelles son producto de la invención. Ni han existido esos personajes ni esa trama de corrupción en África avalada por el gobierno británico, al menos en el caso ficticio del medicamento Dypraxa.
 
Uno tras otro, los distintos films presentados dejan a las claras una imagen escasamente benévola de la industria farmacéutica, las ramificaciones de su poder en el ámbito internacional y local, su funcionamiento a base de corrupción y engaño, y sus intereses principalmente crematísticos, muy alejada de lo que debería ser. El cine, como reflejo de la sociedad contemporánea, no hace más que proyectar esa nefasta imagen de la que buena parte de la población ya es consciente, y se convierte en un altavoz de esta opinión social; sin embargo, estas denuncias se diluyen en parte por el convencimiento de que, como todo arte, estos ejemplos no dejan de ser una invención, aunque basados en “hechos más o menos reales”. Invención o no, como señalan algunos autores (8, 16), estos films, en los que la industria farmacéutica es abiertamente criticada. podría repercutir negativamente en la investigación biomédica (“Sin fondos farmacéuticos no hay investigación”, se llega a decir en La doctora de Brest) (10,11), lo que podría afectar a toda la sociedad y a su salud. No obstante, ya se bastan las propias compañías farmacéuticas, con su desmesurado afán lucrativo demostrado día a día, para alimentar su imagen negativa sin necesitar para ello ni al cine ni a la literatura, cuyas críticas “artísticas” le importan francamente un bledo, como diría Rhett Butler en Gone with the Wind (1939).
 
 
Bibliografía
1.- Martínez B. En Dopesick, Michal Keaton tratará de frenar la crisis de los opioides de Estados Unidos. En: https://fueradeseries.com/en-dopesick-disney-michael-keaton-tratara-de-frenar-la-crisis-de-los-opioides-de-estados-unidos/
2.- Arjona D. La mejor serie de 2021 es “Dopesick”: capitalismo, opiáceos y la ruina de una generación. En: https://www.elconfidencial.com/cultura/2021-12-29/dopesick-disney-opiaceos-adiccion-mejor-serie_3349867/
3.- Meseguer A. El thriller psicológico que explora el lado oscuro de la industria farmacéutica. En: https://www.lavanguardia.com/cultura/20170601/423078994411/la-cara-oculta-de-la-luna-thriller-lado-oscuro-industria-farmaceutica.html
4.- Yanguas EP. La relación con la industria farmacéutica y otros problemas asistenciales. Película: Efectos secundarios: 2013, director: Steven Soderbergh, guion de Scott Burns. En: . http://www.tecnoremedio.es/2021/03/la-relacion-con-la-industria.html
5.- Entrevista con Antonio Morabito. En:  https://cineuropa.org/it/interview/247505/
6.- Hernández López C, Pontes García C, Vilardell Murillo D, Queralt Gosgastorner M, Delgadillo Duarte J. “Amor y otras drogas” = “Love and other drugs”: Una película con un número significativo de recursos para la formación en farmacología y terapéutica. Revista Medicina y Cine. 2013;9(2):53-59. Disponible en: https://revistas.usal.es/cinco/index.php/medicina_y_cine/article/view/13664/13999
7.- Crítica de “El jardinero fiel”: el poder de las farmacéuticas. https://www.elantequirofano.com/el-jardinero-fiel/#:~:text=Ralph%20Finnes%20interpreta%20a%20Justin,a%20mejor%20actriz%20de%20reparto.
8.- Cuesta Jiménez JL. El jardinero fiel (2005) o el desarrollo de nuevas medicinas. Revista Medicina y Cine. 2006;2(3):96-101. Disponible en https://revistas.usal.es/cinco/index.php/medicina_y_cine/article/view/177/314
9.- Lenzer J. The Constant Gardener. BMJ. 2005;331:462. En: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1188128/pdf/bmj33100462.pdf
10.- Bosch F, Ferrándiz ML, Baños JE. “El jardinero fiel” (2005) y el complejo debate sobre la investigación de fármacos. Revista Medicina y Cine. 2014;10(3):133-139. En: https://revistas.usal.es/cinco/index.php/medicina_y_cine/article/view/13519/13803
11.- Miles MP, Munilla LS, Covin JG. The Constant Gardener Revisited: the effect of social blackmail on the marketing concept, innovation, and entrepreneurship. J Business Ethics. 2002; 41:287-95
 
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