El drama de la pandemia ha propiciado que se abra en la sociedad el debate sobre los monopolios de medicamentos. Nos va la vida en ello.

Autor: Fernando Lamata Cotanda. Presidente de honor de la AJM y presidente de la Comisión Editorial de la rAJM.

EDITORIAL. Revisra nº 12 de Mayo de 2022.

En el mundo se habían administrado más de 11.700 millones de dosis de la vacuna COVID-19 a 17 de mayo de 2022. Pero muy mal repartidas: en los países de bajos ingresos apenas el 15,9% de la población se ha podido vacunar con una dosis (1). Mientras tanto, en los países de altos ingresos, se han podido administrar dos o tres dosis a toda la población, y se está aplicando la cuarta dosis para personas vulnerables. La desigualdad en el acceso, como denuncia una y otra vez el Director General de la OMS, Dr. Tedros, es inmoral (2). Y no es casualidad. No es castigo divino. Es consecuencia de un desequilibrio de poder, de un abuso de poder por parte de los ejecutivos de algunas empresas farmacéuticas, y una dejación de poder por parte de los gobiernos que deberían evitar ese abuso.

La herramienta que permite el abuso son las patentes, los derechos de propiedad intelectual, que conceden monopolios de comercialización a las empresas durante 20 años. Con ese monopolio las empresas pueden poner precios más altos, y deciden cuánto producen y a quién venden. La justificación para conceder ese beneficio a las empresas es que, de esa manera, las empresas invertirían en investigación. Además, la patente incluiría la información necesaria y suficiente para que una persona razonablemente cualificada en el área pudiera replicar y utilizar el invento, asegurando así su difusión al conjunto de la sociedad cuando caducara dicha patente. La realidad es que, a lo largo de los años, se ha producido un abuso de posición dominante, un abuso de los monopolios. Se han fijado precios excesivamente altos, creando barreras de acceso para millones de pacientes y para muchos servicios de salud. A cambio, las empresas farmacéuticas han invertido solamente una pequeña parte (25%) del exceso de ganancias en I+D. Y, por otro lado, las patentes no recogen la información suficiente para que otra empresa cualificada pueda fabricar los medicamentos.

Como resultado, el modelo de las patentes y los monopolios para financiar la I+D solamente beneficia a los directivos y accionistas de las grandes empresas farmacéuticas, pero perjudica al conjunto de la sociedad y a los pacientes. En medicamentos, las patentes matan. La pandemia de la COVID-19 lo ha vuelto a poner de manifiesto. Así, el pasado 11 de marzo, en una carta encabezada por el Presidente de Tanzania, y suscrita también por Ban Ki-moon, ex Secretario General de Naciones Unidas, y por más de 100 premios Nobel, artistas, líderes religiosos, economistas, expresidentes de gobierno y personalidades de todo el mundo, se denuncia que, dos años después de iniciada la pandemia de la COVID-19: “el enfoque actual es inmoral, autodestructivo y supone un fracaso ético, económico y epidemiológico”. Los firmantes piden a los gobiernos de EEUU, la UE, Reino Unido, Suiza y otros que se “maximice la producción de vacunas y otros productos seguros y eficaces para la COVID, suspendiendo los derechos de propiedad intelectual relevantes y asegurando que se compartan, obligatoriamente, las tecnologías y conocimientos relacionados con la COVID, para que cada país pueda producir o comprar dosis de vacunas y otros productos suficientes y a precio asequible” (3).

Ban Ki-moon, al presentar esta carta, declaró: “los líderes de los países ricos están protegiendo los monopolios de las empresas farmacéuticas por encima de la salud y las vidas de millones de personas”.

Pero este problema no ha aparecido con en la COVID-19. Venía de antes y afectaba a todo tipo de enfermedades y tratamientos, como se pone de manifiesto en el Informe de la campaña No es Sano, “Los altos precios de los medicamentos en España”, publicado en diciembre de 2021 (4). Así mismo, en un trabajo exhaustivo, el Informe del Comité de Supervisión y Reforma de la Cámara de Representantes de los EEUU, presidido por Carolyne B. Maloney (5), que las compañías farmacéuticas han subido los precios de los medicamentos continuamente durante décadas manipulando el sistema de patentes y otras leyes para retrasar la competencia de genéricos a precios más bajos. Como consecuencia, los precios son insostenibles, injustificables y abusivos. El Comité concluye que es precisa una reforma estructural del sistema.

En la misma línea, el pasado 16 de abril, un editorial del periódico The New York Times, citando el Informe Maloney, denunciaba que las marañas que crea el sistema de patentes “tienen el potencial de extender los monopolios por décadas. En consecuencia, se añaden miles de millones a los gastos sanitarios al país, – y a las cajas fuertes de las empresas farmacéuticas”. El editorial hacía un llamamiento a las autoridades para reformar el sistema de patentes (6). No solo de los medicamentos, sino en general. Pedía aumentar los requisitos de patentabilidad (ya que la mayoría de las patentes no están protegiendo innovación real), reforzar la capacidad de la Oficina de Patentes, acelerar los procesos de denuncia de patentes, eliminar los conflictos de interés, etc. También la revista Nature, el pasado 9 de febrero, recogía un artículo de Swaminathan S. et al, titulado “Reboot biomedical R&D in the global public interest”, señalando que “el acceso inequitativo a los frutos de la investigación durante la COVID-19 subraya la urgencia -y la viabilidad- de reacondicionar el sistema de I+D” (7).

El problema no es nuevo, pero el drama de la pandemia, y lo injustificable de los monopolios de vacunas y medicamentos creando barreras de acceso y enriquecimientos abusivos, ha propiciado que el debate se abra paso en la sociedad.

Se ofrece así una oportunidad para que los gobiernos impulsen un nuevo sistema para financiar la investigación y desarrollo de medicamentos en línea con las propuestas de la OMS en 2012, y la propuesta del Panel de Alto Nivel sobre Acceso a Medicamentos de la Secretaría General de Naciones Unidas en 2016: un Convenio Internacional que cree un fondo público de investigación; que fije las prioridades de investigación según necesidades de salud pública; que financie investigación ética, abierta y cooperativa, evitando duplicaciones; y que incluya condicionalidades para garantizar licencias no exclusivas, precios cercanos al coste de fabricación, producción suficiente y distribución equitativa en todo el mundo. Nos va la vida en ello.

Algunos de estos elementos, que parecían imposibles, ya se han puesto en funcionamiento durante la pandemia. Por ejemplo, la cesión a la OMS por parte del gobierno de España, a través del CSIC, de la tecnología y conocimiento para desarrollar un test diagnóstico de la COVID: una financiación pública de investigación que se cede con licencia no exclusiva y permite fabricar en todo el mundo. El gobierno de EEUU acaba de tomar la misma decisión.  El 12 de mayo de 2022, el Presidente de EEUU anunció el acuerdo entre los Institutos Nacionales de Salud de su país (NIH) y la Organización Mundial de la Salud mediante el que los NIH ceden 11 tecnologías orientadas al desarrollo de vacunas, tratamientos y diagnósticos para la COVID-19 (8).

El acuerdo se formaliza en dos licencias no exclusivas, globales y transparentes, concedidas a la COVID-Technology Access Pool (C-TAP) de la OMS y la Medicines Patent Pool.  De esta forma, a través de sublicencias, se posibilitará que fabricantes de todo el mundo puedan hacer estas tecnologías accesibles a personas que viven en países de medianos y bajos ingresos, permitiendo también que países de bajos ingresos puedan fabricar sus propios productos frente a la COVID-19. El acuerdo prevé que si se comercializan productos derivados de estas licencias los NIH no cobrarán royalties en 49 países clasificados por Naciones Unidas como países menos desarrollados. Son pasos en la buena dirección, que demuestran que otro enfoque es posible.

También los gobiernos de España y EEUU se mostraron favorables a la suspensión temporal de las patentes de las vacunas COVID-19. En el mismo sentido se pronunció el Parlamento Europeo en dos ocasiones. Sin embargo, la Unión Europea (la Comisión y el Consejo) han bloqueado una y otra vez el acuerdo para dicha suspensión en la Organización Mundial del Comercio. El próximo 12 de junio se discutirá una propuesta descafeinada que supondría mantener las cosas como están. Todavía hay tiempo para que la UE rectifique. Porque vendrán otras pandemias. Y es importante que se establezca que, cuando eso ocurra, se producirá la suspensión automática de las patentes y la puesta a disposición de todos los países de la tecnología y el conocimiento, sin cortapisas. El gobierno de España debería insistir en esa posición. Y, al mismo tiempo, debería generar una estrategia para retomar e impulsar las propuestas de la OMS y de la Secretaría General de Naciones Unidas para un Convenio Internacional de Acceso a Medicamentos.

https://ourworldindata.org/covid-vaccinations

https://www.who.int/director-general/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-who-press-conference-4-May-2022

https://peoplesvaccine.org/resources/media-releases/world-leader-2-year-letter/

https://oversight.house.gov/sites/democrats.oversight.house.gov/files/DRUG%20PRICING%20REPORT%20WITH%20APPENDIX%20v3.pdf

https://www.nytimes.com/2022/04/16/opinion/patents-reform-drug-prices.html

https://www.nature.com/articles/d41586-022-00324-y?proof=t

https://www.who.int/news/item/12-05-2022-who-and-mpp-announce-agreement-with-nih-for-covid-19-health-technologies

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