La patente en los medicamentos: las mazmorras de la ciencia de la vida
AUTOR: Ángel María Martín Fernández-Gallardo. Inspector Farmacéutico del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (SESCAM).
Revista Nº 18 – Febrero 2023
En esta imagen, la más profunda conocida del universo tomada por el telescopio Webb de la Nasa se ven miles de galaxias, la más lejana a 13.100 millones de años luz de nosotros (1,2×1023 kilómetros), un paseo si lo comparamos con un gúgol (1×10100), término que en 1940 acuñó un matemático para ilustrar la diferencia entre un número inimaginablemente grande y el infinito. Pues bien, la patente de darunavir contiene quintillones de gúgoles de estructuras diferentes protegidas. Emulando a Buzz Lightyear en Toy Story, en las oficinas de patentes, las multinacionales farmacéuticas pueden patentar ¡hasta el infinito y más allá!
Que no nos engañen, las patentes en los medicamentos no tienen nada que ver con la ciencia, son sus mazmorras.
La ciencia de la vida tras las vacunas mRNA
En 1961 investigadores del Laboratorio de Biología Molecular del Consejo de Investigación Médica de Cambridge, del Instituto Pasteur de Paris y del Instituto de Tecnología de California descubren el RNA mensajero (mRNA) y su función biológica (10). Cuatro años después, científicos del Instituto de Fisiología Animal Babraham de la Universidad de Cambridge descubren, que la difusión de iones en cristales líquidos de fosfolípidos es muy similar a la difusión de las membranas biológicas, lo que inicia el campo para el uso de los liposomas en terapéutica (11). En 1969 científicos de la Universidad de Cincinaty publicaron la primera demostración definitiva de la síntesis de proteínas en un sistema libre de células de mamífero bajo la dirección de un mRNA aislado de una especie de mamífero diferente (12), sentando la base para el uso terapéutico de la tecnología del mRNA, que en 1978 investigadores del centro médico de la Universidad de Illinois demostraron que era posible, y publicaron la evidencia de traducción de mARN de globina de conejo tras su inserción mediada por liposomas en células humanas (13). Ese mismo año una investigación del Instituto Nacional de Investigación Médica en Londres había demostrado que se pueden emplear grandes liposomas esféricos para introducir macromoléculas, como el mRNA, en las células y que su fusión producía células llenas de mRNA que dirigía la síntesis de la proteína que codifica, en su trabajo, mRNA para globina de pato introducido en células HELA (14).
Once años después, en 1989 investigadores del Laboratorio de Biología Molecular y Virología del Instituto Salk en San Diego, publicaron el primer método eficiente de transfección de mRNA utilizando un lípido catiónico sintético incorporado en un liposoma, una técnica muy eficiente y altamente reproducible para la expresión de proteínas exógenas en una amplia gama de células cultivadas. Sus autores terminaron su investigación con esta afirmación premonitoria: “El método de ARN/lipofectina se puede utilizar para introducir RNA directamente en tejidos completos y embriones, lo que aumenta la posibilidad de que la transfección de mRNA mediada por liposomas pueda ofrecer otra opción en la creciente tecnología de administración de genes eucarióticos, basada en el concepto de utilizar RNA como fármaco” (15). Este trabajo supuso el impulso definitivo que necesitaba esta investigación.
En 2001 comenzaron los ensayos clínicos, el Instituto Nacional del Cáncer de EEUU y la Universidad de Duke llevaron a cabo un ensayo clínico fase I para evaluar la seguridad, viabilidad y eficacia de inducir respuestas inmunitarias antitumorales en células T contra la autoproteína PSA en pacientes con cáncer de próstata metastásico, administrando células dendríticas autólogas transfectadas con mRNA que codificaba el PSA (16). Por entonces el uso de liposomas como sistemas de administración de fármacos ya era una realidad, en 1996 se autorizó en España la Amfotericina B liposomial para las micosis sistémicas (17) y posteriormente doxorrubicina, daunorrubicina, verteporforina, vincristina e irinotecán liposomiales (18).
Pero aún quedaba una importante limitación, se sabía que la introducción de DNA o RNA natural activa nuestro sistema inmunitario como defensa frente bacterias y virus. Y también se sabía que el DNA modificado que contiene CpG metilado no lo estimula. En 2005 investigadores de la Universidad de Pensilvania publicaron un trabajo (19) que demostraba que la introducción en el RNA de nucleósidos modificados existentes en la naturaleza, como la seudouridina, también suprimen la activación del sistema inmunitario que estimula el RNA nativo. Y en 2017 investigadores de las Universidades de Harvard, de Rutgers y del MIT de Massachusetts publicaron una investigación que demuestra que 1-metil-3′-pseudouridina no induce respuesta inmunogénica contra el RNA y aumenta la capacidad de traducción de los ribosomas (20).
Hasta esa fecha la investigación de la utilización terapéutica del mRNA y los ensayos clínicos en marcha estaba centrada mayoritariamente en su uso como vacuna frente a distintos tipos de cáncer (próstata, melanoma, mama triple negativo, mutanomas) y en menor medida frente infecciones emergentes como la gripe aviar, el SARS-CoV, un coronavirus que surgió en 2002 y causó un síndrome respiratorio agudo grave que infectó a unas 8.500 personas y fallecieron más de 900 o el MERS-COV2 que surgió en 2012 en oriente medio, un coronavirus que ha causado brotes con tasas de letalidad del 36%. Por eso, cuando surgió la pandemia del SARS-CoV2 y se hizo público su genoma, ya estaba lista la tecnología para abordar la vacuna. Por otros trabajos también se tenía identificada la proteína Spike como el antígeno ideal de la vacuna frente a coronavirus y desde 2017, también se sabía que se necesitaba modificar dos prolinas para estabilizarla y mantenerla en su configuración antigénicamente óptima, sin que se formen agregados al transcribirla aislada del virus (21).
Finalmente, la vacuna aprobada contiene mRNA que codifica la proteína Spike para generar inmunidad, sustituyendo la uridina por 1-metil-3′-pseudouridina y las dos prolinas, e introducido en un liposoma con un lípido catiónico sintético incorporado, como vehículo para que penetre eficientemente en las células. Todo descubierto por científicos en Universidades o centros de investigación públicos o con financiación pública.
Los corsarios y sus mazmorras para la ciencia de la vida
Lo más original que han hecho las dos multinacionales farmacéuticas es lo que saben hacer muy bien: los ensayos clínicos, fabricarlas y deslumbrar a la opinión pública apareciendo como los descubridores de la vacuna y de la nueva tecnología del mRNA. Por supuesto que tienen derecho a rentabilizar su trabajo, pero no a apropiarse de esa investigación en régimen de monopolio y dejar morir a las personas que no pueden pagar el precio que piden o que no les llegan vacunas porque ellos no pueden abastecer la demanda mundial ni quieren abrir la mazmorra de su patente para permitir que las puedan fabricar otros.
Es de dominio público que algunos de los científicos que firmaron los trabajos de investigación mencionados, ahora trabajan en las dos empresas que han producido las vacunas, pero entonces investigaban en universidades o centros de investigación públicos o con financiación pública y por eso se publicaron sus descubrimientos, lo que ha hecho posible esos avances científicos y que la tecnología del mRNA se haya podido desarrollar. Porque lo que investiguen ahora como científicos de esas multinacionales, si tiene algún valor pasará a formar parte de la información no divulgada, encerrada en otra mazmorra para uso exclusivo de la multinacional. De hecho, si los avances científicos que la han hecho posible los hubiesen descubierto científicos a sueldo de diferentes corsarios, esta tecnología no se habría desarrollado, porque cada investigación habría sido información no divulgada encerrada en mazmorras independientes.
Hoy las dos multinacionales lo quieren todo, se han apropiado de la investigación y con los ingentes beneficios económicos del botín han convencido a la opinión pública mundial de que el mérito de la investigación de la vacuna y de esa tecnología, es suya. Y lanzaron una campaña global para apoderarse también de la gloria, el premio Nobel. No lo consiguieron porque de momento no han doblegado suficientes voluntades y porque el mundo de la ciencia real les puso en su lugar. La revista Nature en un excelente artículo afirmó que,”en realidad, el camino hacia las vacunas de mRNA se basó en el trabajo de cientos de investigadores durante más de 30 años” (22). Ver en la ceremonia de los Nobel al CEO de Pfizer por una vacuna investigada gracias a los descubrimientos y esfuerzo de cientos de científicos y financiada hasta la obscenidad con fondos públicos, sería una escena que hubiera degradado el prestigio de estos premios e insultado a la ciencia. La ciencia en manos de corsarios no avanza, la encierran en mazmorras para su exclusivo beneficio.
Las patentes no son necesarias para descubrir nuevos medicamentos
La historia del descubrimiento, por cientos de científicos, de la tecnología del mRNA demuestra que la ciencia de la vida no necesita patentes para avanzar y la vida de las personas tampoco. Las patentes en los medicamentos solo sirven para dejar morir a quienes no pueden pagar el botín que les exigen amparándose en ellas. Son como las patentes de corso, legales, por lo que esas muertes no son delito, según defienden sus oligarcas en la OMC y apoyan sumisamente los gobiernos con sus leyes.
Cada medicamento con patente que salva vidas, cuando sale al mercado tiene su propia mazmorra con ciencia secuestrada y un reguero de muerte de quienes no pueden pagarlo (23); y casi todos, la misma historia de cómo se apodera de ella el corsario: comprando y aprovechándose de la investigación ajena que lo ha hecho posible; y la misma historia de muerte, exigiendo precios arbitrariamente caros que la mayoría de la población del planeta no puede pagar. Y también un poderosísimo lobby custodiando las mazmorras y el monopolio.
Lobby global
La industria farmacéutica actúa como un lobby global en defensa de sus intereses. En 2007 sus ventas mundiales fueron 407.330 M$ y sólo 23 países tenían un PIB superior. En 2020 fueron 1.075.567 M$ (24) y ya sólo 15 países en el mundo tenían un PIB mayor (25). En 13 años sus ventas se han más que duplicado superando a otros 8 países: Holanda, Turquía, Suecia, Suiza, Bélgica, Indonesia, Polonia y Arabia Saudí.
En la siguiente figura se muestran en rojo y rosa los países con menos PIB que las ventas mundiales de la industria farmacéutica y el azul los 15 que en 2020 aún las superaban. Los países en rosa son los 8 que en 2013 aún tenían un PIB superior:
Comparte en tus Redes
Uso de cookies
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Más info