Estado liberal como negación del derecho a la salud. Denuncia socialista y posibilismo de Jaime Vera

Revista nº 32 Septiembre 2024

Pablo Martínez Segura.

Historiador y periodista. Miembro de las comisiones Editorial y de Redacción de la rAJM.

A la Comisión de Redacción de esta revista le llamó la atención un artículo de Pilar León Sanz, catedrática de Historia de la Medicina de la Universidad de Navarra, titulado “Profesión y asistencia médico-farmacéutica en los escritos de Jaime Vera (1859-1918)” (01), cuya lectura recomendamos. En este artículo se aborda nuestro leitmotiv, el acceso justo al medicamento, en un momento crítico para la historia de España como lo fue el tránsito del siglo XIX al XX, de la mano de un médico con prestigio profesional reconocido y, a la vez, ideólogo marxista cofundador del Partido Socialista Obrero Español. Lo que nos ofrece la Profesora León es un análisis de los escritos de Jaime Vera, que disocia entre los de índole profesional y los de carácter político, pero en los que advierte el punto de discrepancia de Vera con la línea ortodoxa del partido en torno a la integración de los intelectuales en las filas de los trabajadores, e, igualmente, comenta el acceso a la atención médico y farmacéutica de los trabajadores, en aquel momento de cénit del Estado liberal de la Restauración borbónica, que necesitan apoyarse en la iniciativa privada de las llamadas sociedades de socorros mutuos.

En ese escenario, la Dra. León nos relata la confrontación entre la Mutualidad Obrera, cooperativa creada por los socialistas, y los propios farmacéuticos que desde un punto de visa corporativo se estaban organizando como profesión, y hace referencia a la industrialización de la farmacia que coincide con el paso de boticario a farmacéutico y los conflictos que ello generaba. Jaime Vera, concluye esta autora, entra en contradicción entre lo que debería constituir el pensamiento socialista y la defensa de las formas profesionales tradicionales, que vinculaban la inviolabilidad entre el profesional y la propiedad de la farmacia.

El trabajo de Pilar León nos ha incentivado para tratar de ampliar el foco; es decir, aportar más información y puntos de vista en torno a la figura de Jaime Vera López, y, simultáneamente, intentar contextualizar más ampliamente el acceso a la atención sanitaria y a los medicamentos en la construcción del Estado liberal en España.

Consideraciones previas

Con carácter previo queremos incorporar dos consideraciones. La primera, del Profesor Juan Esteva de Sagrera (02), que nos advierte que históricamente, antes de la segunda mitad del siglo XIX, “los medicamentos eran caros y a la vez ineficaces, razón por la que los pobres se veían poco perjudicados por no poder acceder a ellos, incluso, dado que a menudo los remedios eran dañinos, resultaba más beneficioso no acudir ni al médico ni a la botica”. La segunda previa es que el desmontaje del Antiguo Régimen y construcción del Estado Liberal le costó a España tres guerras civiles, las carlistas, la última concluida en 1876. El nuevo Estado liberal trajo consigo la desaparición de los gremios a partir de los decretos de 20 de enero de 1834 y de 6 de diciembre de 1836. Una desaparición muy bien recibida por cuanto los gremios obstaculizaban el despegue de la incipiente industria, pero que tuvo un efecto colateral al desaparecer también, de manera brusca, la acción social que los gremios prestaban en casos de enfermedad, invalidez, viudedad y orfandad, que fue sustituida, muy poco a poco y en ámbitos urbanos incompletos, por un asociacionismo mutualista de iniciativa privada: las sociedades de socorros mutuos (03).

La situación de avance de las ciencias médicas y farmacéuticas a lo largo del siglo XIX, (microbiología, bacteriología, asepsia, anestésicos, síntesis química de principios activos farmacológicos, etc.), dieron lugar a unos niveles de efectividad hasta ese momento desconocidos. El acceso a los mismos, sin embargo, estaba limitado de manera absoluta según los niveles de renta. La atención sanitaria entró a formar parte, en el último cuarto del siglo, de las demandas del sector más desfavorecido por las desigualdades, demandas que en su conjunto se etiquetaron como “cuestión social”. Para todos aquellos interesados en obtener una visión de conjunto de esos avances en el ámbito de la sanidad en nuestro país, es aconsejable la lectura de “Las ciencias médicas en la España del siglo XIX” del Profesor José María López Piñero (04).

Injusticia, desigualdad, situación de alienación y explotación que se encontraran presentes en una etapa del desarrollo del capitalismo y del Estado liberal de la España de la restauración borbónica, con una oligarquía gobernante basada en el fraude electoral por el entendimiento entre el Partido Liberal Conservador de Antonio Cánovas del Castillo y el Liberal Fusionista de Práxedes Mateo Sagasta. El 90 por ciento de la población, mayoritariamente analfabeta y agraria, estaba excluida de cualquier participación en la política. Ese es el marco en que nacerán, como reacción, las organizaciones obreras y en el que desarrollará su ciclo vital el doctor Jaime Vera López.

El Dr. Jaime Vera

Jaime Vera, sin haber desempeñado ningún cargo político de relevancia, es un personaje ampliamente biografiado. La síntesis de lo publicado en Diccionario Biográfico del Socialismo Español es la siguiente (05):

“Nacido en Salamanca el 20 de marzo de 1858, hijo del escritor y periodista republicano Rafael Vera. Estudió las primeras letras en el Colegio krausista de la Corredera Baja de Madrid. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad Central, donde se licenció en 1879 con sobresaliente y premio extraordinario. Al año siguiente obtuvo el grado de doctor. Acudió a la reunión fundacional de la Agrupación Socialista Madrileña celebrada el 2 de mayo de 1879. En la misma fue elegido para formar parte de la Comisión que tendría el encargo de redactar el Programa del Partido. Desde 1880, ya como doctor en Medicina, inició una brillante carrera como médico alienista. Discípulo del doctor José María Esquerdo, se especializó en enfermedades nerviosas y psiquiátricas, donde alcanzó un gran prestigio llegando a ser director del Departamento Psiquiátrico del Hospital General de Madrid. Desde 1882 fue secretario de la Sección de Ciencias del Ateneo de Madrid. En 1884 redactó, por encargo de la Agrupación Socialista de Madrid, el trabajo “El Partido Socialista Obrero ante la Comisión de Reformas Sociales”, informe sobre el estado y necesidades de la clase trabajadora y las relaciones entre el capital y trabajo, considerado como el mejor texto marxista del socialismo español. Partidario del entendimiento con los republicanos, discrepó de las bases de la redacción de El Socialista, aprobadas en enero de 1886, que establecían que «la controversia de doctrina había de ser más acentuada con los partidos avanzados». Se mantuvo alejado del PSOE unos años, aunque siempre informado de los avatares de este a través de Ignacio Franco, colaborador de la Agrupación Socialista de Madrid. Tras el triunfo de la socialdemocracia alemana en febrero de 1890 volvió a la vida activa del PSOE. Asistió acompañando a Pablo Iglesias al Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Londres en 1896. Iniciado en la masonería a finales de 1917, formó parte de la logia “Hispano-Americana” de Madrid. Fue médico personal de Pablo Iglesias, encargando de este cometido al doctor Huertas una vez que él desapareciera. Fue un “trabajador intelectual” al servicio de la clase obrera. Falleció en Madrid el 19 de agosto de 1918”.

El Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, cuenta asimismo con una entrada dedicada a Jaime Vera (06), redactada por Manuel Contreras Casado, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza. El pediatra e historiador de la medicina José Álvarez Sierra, incluyó a Vera en su Diccionario de autoridades médicas (07), de 1963, destacándolo como neuropatólogo y psiquiatra, pero sin aludir para nada a su actividad política. Desde su propio partido los reconocimientos biográficos laudatorios fueron inmediatos. Juan José Morato (1864-1938), tipógrafo, periodista miembro del PSOE, publico el mismo año del fallecimiento de Vera, la biografía: Jaime Vera y el socialismo (08), el texto más amplio de entre los que resumen su vida. También hay reseñas que pueden calificarse de memorables, una del propio Pablo Iglesias, en un homenaje a Jaime Vera celebrado en la Casa del Pueblo de Madrid en el quinto aniversario de su muerte (09), o, con ocasión del noveno aniversario de su fallecimiento (10), calificándolo como “hombre genial, que destacó la fuerza creadora de su poderoso cerebro en distintas disciplinas científicas”. El mismo Vera se calificaba a sí mismo como súbdito exclusivo del método científico, así lo señaló en 1912 en el folleto La verdad social y la acción (11): “En el pensar nunca he admitido más férula que el método científico. Esta libertad es condición indispensable para que la inteligencia dé sus frutos. Y así, ser socialista no me obliga intelectualmente más que a pensar bien. Yo entiendo que por pensar bien (aunque sea inmodestia), soy socialista y buen socialista”.

Movimientos obreros en España

Dando un paso atrás para mejorar la comprensión, debemos recordar que los obreros españoles el último cuarto de siglo XIX asumieron las corrientes ideológicas en boga en Europa: el anarquismo de Mijaíl Bakunin y el social-comunismo de Carlos Marx. Hasta el destronamiento de Isabel II por la Revolución de 1868, esas organizaciones no pudieron salir de la clandestinidad. Anarquistas y social-comunistas convivieron en la Asociación Internacional del Trabajo (AIT), Primera Internacional, aunque enfrentándose.

Bakunin envió a España al italiano Giuseppe Faneli, que desconocía por completo nuestro idioma. Viaja a Madrid y Barcelona en 1868, contacta con los pocos que puedan entenderle en francés o italiano. No eran proletarios propiamente dichos, sino tipógrafos, zapateros y algunos estudiantes. Organizaron la Alianza de la Democracia Social Española como sociedad secreta (en política anarquista, en economía colectivista y en religión atea). Con el lema acabar con el Estado y la Iglesia y levantar sobre sus ruinas la libre federación de asociaciones libres de trabajadores libres, tuvieron un rotundo éxito. Por toda España se incrementaba la animosidad entre pobres y ricos.

Marx, por su parte, propició la llegada a España en 1871 de su yerno Paul Lafargue que había nacido en La Habana y hablaba español. Atacó a la Alianza Democrática por su carácter de sociedad secreta y cuando en el Congreso de La Haya de 1872, Marx consigue expulsar a Bakunin de la Internacional, la separación también se materializa en España. La división durante la Primera República (1873) entre cantonalistas, apoyados por anarquistas y republicanos federales centristas que cuentan con la Federación de Madrid de la AIT – Primera Internacional (Pablo Iglesias) acentuará las diferencias entre ambas organizaciones. Sus caminos divergen (12).

Lafargue había entrado en contacto en Madrid con el círculo obrerista en torno al periódico La Emancipación (13), del que se hizo colaborador. “En los artículos que el yerno de Marx escribía se dejaba ver un cambio en las ideas del propio periódico. Al igual que el propio Lafargue había pasado de sus posiciones proudhonianas a las marxistas, estas últimas ideas comenzaron a aflorar entre los militantes obreros madrileños” (14). Pedro Díaz Chavero, el que fuera secretario ejecutivo confederal de la UGT que dimitió en 2001, en el prólogo de una reedición de la biografía de Pablo Iglesias (15), escrita por Juan José Morato en 1931, señala que “tanto Lafargue como su esposa serían un gran ayuda para Pablo Iglesias, contribuyendo a despejar sus dudas y aumentar su conocimiento de los textos marxistas”. Cuando el 2 de mayo de 1879, en la taberna Casa Labra de la calle Tetuán, de Madrid, se celebra la reunión secreta que dará lugar al proceso de formación de organizaciones socialistas en España, se nombra una comisión encargada de redactar un proyecto de programa y las bases de la organización. Forman parte de dicha comisión los médicos Alejandro Ocina, Jaime Vera y Gonzalo Zubiaurre, así como los tipógrafos Victoriano Calderón y Pablo Iglesias. Según advierte Díaz Chavero, de esa comisión inicial quedó excluido Jaime Vera por su disconformidad con la inclusión en el nombre del partido del adjetivo “obrero”, para él restrictivo y para Iglesias indispensable. Una discrepancia que, aunque apartó a Vera de la primera línea del PSOE en los primeros años, no mermó ni su ideología socialista, ni su amistad con Pablo Iglesias, de salud delicada, del que fue su médico personal.

Lafargue era médico de formación, al igual que Jaime Vera, siendo indudable que tuvieron que conocerse hemos buscado si existió o no algún indicio de mayor complicidad, pero no lo hemos hallado. Aunque Lafargue y su mujer, Laura Marx, permanecieron en Madrid siete meses en el segundo piso de la calle de Atocha 117 (en la actualidad), incluso en la capital de España falleció uno de sus hijos que fue enterrado en el cementerio de la Puerta de Toledo (16 y 17), parece que existían entre ellos diferencias conceptuales respecto al marxismo. Según señala Julián Vadillo en La importancia de Paul Lafargue en el obrerismo0 español (18):

“Lafargue trazó una división entre el modelo republicano, que considera de carácter burgués, y el modelo socialista propio de la Internacional. Así en su artículo «La huelga de los ricos» (19) hace una crítica a la burguesía afiliada al republicanismo, en clara referencia a su experiencia vivida en Francia respecto a los republicanos moderados y la Comuna de París. Esta visión del republicanismo, como rival en el interior del movimiento, pero visto como corriente reformista y no obrerista, marcó la política del PSOE en el pacto con esta fuerza progresista, que no se produciría de forma efectiva hasta el desarrollo de la Conjunción republicano-socialista de 1909, que llevó a Pablo Iglesias al Congreso en 1910. Igualmente, en «La panacea de la burguesía» (20), Lafargue hace una crítica al modelo cooperativista, basándose también en el ejemplo francés”.

Ambos aspectos ideológicos son opuestos al pensamiento de Jaime Vera. El Profesor Juan José Castillo, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense (doctor en Historia Social por la Sorbona con una tesis dirigida por Pierre Vilar) en la introducción de Ciencia y proletariado. Escritos seleccionados de Jaima Vera (21, pág 9.), indica:

Vera significó la flexibilidad y el análisis sin esquematismo que podría haber dado -a mi juicio- una mayor relevancia práctica al socialismo español. No por su radicalidad; Vera era consciente de la escasa fuerza (física y moral) que tenían las huestes proletarias. No rechazará el empleo de la fuerza -de la violencia revolucionaria- para conseguir sus objetivos. Únicamente, dice, no debe derramarse ni una sola gota de sangre obrera que no se cobre con la victoria. Esto es, lo que importa «en la revolución son las nueces, no el ruido». No son sólo «revolucionarios los que predican a toda hora sangre y exterminio. El radicalismo está en las ideas y en la eficacia de los procedimientos».

Por esta razón ha de calibrarse bien su reformismo cuando insiste en la alianza con los radicales burgueses. «Pocos son los obreros cándidos que pueden creer en una mejora progresiva dentro de un régimen que les pondría a dieta de aire, si fuese susceptible de apropiación y de venderse por partes».

Vera explicaba teóricamente esta posición por el retraso del capitalismo español que no había realizado completamente la «revolución burguesa». Los cambios solo habían afectado a la súper estructura política, y esto de manera falseada (son los años de la Restauración). Por eso los propios obreros son los primeros interesados en el mejoramiento del sistema productivo capitalista que está empozoñado de reacción aristocrática.

Los socialistas han de recorrer pues una parte de su camino en compañía de quienes hacen «civilización burguesa», aunque, afirma, llegará un momento en que habrá que ir también contra ellos y contra el sistema mismo de explotación de clase”.

En la misma línea, Lafargue, por su experiencia en la Comuna de Paris, desconfía del cooperativismo, mientras que Vera, sin considerarlo una prioridad, lo asume como modelo transitorio para paliar las penosas condiciones de los obreros.

El otro referente doctrinal del socialismo español fue Jules Guesde (22), fundador en 1877 del semanario marxista L’Egalité, del Partido Obrero Francés en 1882, y del Partido Socialista Unificado francés en 1905. Juan José Castillo (23), en este sentido, subraya, que utilizando como base principal la biografía de Pablo Iglesias escrita por Juan José Morato (15), la influencia de Guesde fue decisiva no sólo en Iglesias, sino en todo el socialismo español que, en su dogmatismo inicial, puede considerarse una prolongación del guesdismo. Castillo añade (anotación 34) que “es admisible el contenido y las consecuencias de la afirmación de Tomás Álvarez Angulo (1878-1970, socialista, periodista, empresario cinematográfico y diputado durante la Segunda República) (24) en sus Memorias de un hombre. Sin importancia, pág. 258, «no sabíamos quién era Carlos Marx (en 1899), ni conocíamos su obra fundamental El Capital, ni la hemos leído jamás (se refiere a él mismo), como les ha ocurrido y les ocurre al 99,5 por ciento de los militantes»”.

Para algunos autores las influencias de Lafargue y Guesde en el socialismo español constituyen una vulgarización o simplificación del socialismo científico de Marx y Engels (25).

Conjunción republicano – socialista

No obstante, volviendo a la introducción de Pedro Díaz Chavero a la biografía de Pablo Iglesias, escrita por Juan José Morato (15), para sintetizar, podemos apreciar que el punto de vista de Jaime Vera acabo imponiéndose por pragmatismo al producirse la conjunción entre republicanos y socialistas.

A finales de julio de 1909 se produjo en Barcelona un levantamiento popular conocido como la Semana Trágica. El punto de inicio fue el llamamiento de 20.000 reservistas (soldados que ya habían hecho el servicio militar, la mayoría casados y con hijos) para la Guerra de Marruecos. Tuvieron lugar violentos desordenes en el puerto cuando iban a ser embarcados. A ello se unió una huelga general convocada por los anarquistas, socialistas y republicanos. Barcelona quedó bloqueada por barricadas y el conflicto se extendió a otras ciudades catalanas. Acabó derivando en un motín anticlerical, con el incendio y saqueo de numerosos conventos. El gobierno conservador de Maura reprimió con dureza el conflicto. El pedagogo anarquista Ferrer Guardia, acusado de promover los desórdenes, fue fusilado. El hecho levantó las protestas de las izquierdas (a las que se unió el propio Partido Liberal) y dio lugar a una campaña internacional. Alfonso XIII obligó a dimitir a Antonio Maura, que fue sustituido por Segismundo Moret (Partido Liberal).

La participación conjunta de anarquistas, socialistas y republicanos necesita una reflexión. Los republicanos de Lerroux (ausente, en viaje por Hispanoamérica) eran populistas, enemigos de la clase obrera y de los nacionalistas. El Partido Liberal, desde Madrid, los apoyaba con fondos secretos del Ministerio de la Gobernación desde 1901. ¿Cómo fue posible que la revuelta popular contra el en embarque de reservistas degenerara en quema de conventos? El objetivo de los republicanos fue derrocar a Maura. El de anarquistas y socialistas la revolución, en defensa de las clases populares, víctimas de la aventura marroquí que los llevaba a la muerte mientras enriquecía a algunos empresarios y promociona a altos mando del ejército. ¿Por qué no se incendiaron bancos o fábricas? La explicación hay que buscarla en que el único punto de encuentro entre esas tres fuerzas era el anticlericalismo. La Iglesia española mantenía un marcado apoyo a los conservadores, que entre las clases populares urbanas derivó a un abierto anticlericalismo. En ello coincidían con los populistas republicanos de Lerroux que, a su vez, conectaba con los nuevos planteamientos anticlericales del Partido Liberal para ganar posiciones. Esta conjunción de fuerzas marcó el declive de la monarquía de la Restauración y será, 21 años después, el germen de la IIª República española (26).

Es en ese marco, explica Díaz Chavero, en el que Pablo Iglesias en un mitin del 7 de noviembre de 1909 anunciará, junto con otros líderes republicanos, la Conjunción Republicano-Socialista.

“Gracias a esa alianza Pablo Iglesias obtendrá en las elecciones generales de 1910 el primer escaño socialista en el Congreso de los Diputados, representando al pueblo de Madrid. La candidatura de la Conjunción, formada por Pi y Arsuaga, Benito Pérez Galdós (1843-1920), Esquerdo, Sábilas, Soriano e Iglesias aventajó en más de diez mil votos a la de los partidos monárquicos, demostrando así su efectividad (…) En el Congreso de los Diputados permanecerá Pablo Iglesias como único representante socialista hasta 1918, año en que se incorporan también al Parlamento: Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero, Daniel Anguiano (1882- 1964), Andrés Saborit (1889-1980) e Indalecio Prieto, la mayoría de ellos llegados a la Cámara desde la cárcel o el exilio sufridos a consecuencia de la fracasada huelga revolucionaria del 17” (15).

El tacticismo político de Jaime Vera había terminado por imponerse. En el Congreso del PSOE de 1915, Jaime Vera y Julián Besteiro firmaron conjuntamente una ponencia que fue aprobada por mayoría con el refrendo de Pablo Iglesias. El texto fue el siguiente: “Justifican y hacen obligatorio del mantenimiento de la Conjunción Republicano-Socialista razones doctrinales y de orden práctico tan poderosas y tantas que, en la imposibilidad de enumerarlas todas, o siquiera las esenciales, los delegados que suscriben limitan el preámbulo de su dictamen a las sencillas consideraciones siguientes: Por la historia y por la actual realidad social y política, el movimiento socialista es el aliado natural de todas las acciones y fuerzas progresivas en todas las manifestaciones de la vida” (27).

Comisión de Reformas Sociales

Veamos ahora otras actuaciones sobresalientes de Jaime Vera, en concreto, el informe que, por encargo de la Agrupación Socialista de Madrid, presentó a la Comisión de Reformas sociales en 1884.

La llamada “cuestión social” en el último cuarto del siglo XIX, ya apuntada muy escuetamente, era motivo de preocupación en los gobiernos liberal capitalistas de Alemania y Reino Unido, que estaban iniciando sistemas se seguros sociales como muros de contención ante las demandas crecientes de los trabajadores.

En España, no para dar soluciones en aquel momento, pero sí para mostrar que la clase dirigente se preocupaba por el tema, el 5 de diciembre de 1883, el ministro de la Gobernación Segismundo Moret (del Gobierno liberal presidido por José Posada Herrera) firmaba un real decreto, cuya exposición de motivos comienza diciendo: “Las frecuentes agitaciones políticas engendradas por nuestra laboriosa reorganización, no han consentido que los Gobiernos pusieran su cuidado en aquellas cuestiones llamadas sociales, y que preocupan a todos los países y que conmueven, ya no poco, a nuestra patria”.(28), para concretar, más adelante, que se crea una comisión de estudio de las cuestiones que interesan al bienestar de las clases obreras y que afecten a las relaciones entre el capital y el

trabajo. Es el nacimiento de la Comisión de Reformas Sociales.

La Comisión cita ponentes de todos los ámbitos. Varios comparecientes del PSOE, entre los que se encontraban algunos de sus fundadores: Pablo Iglesias, Antonio García Quejido y Jaime Vera, rechazaron el objetivo de la propia Comisión y, desde óptica marxista ortodoxa, advirtieron que no existe solución ninguna para la clase trabajadora mientras no consiga su emancipación del capitalismo (29).

Por la contundencia y claridad de su contenido, merece la pena destacar algunos aspectos del Informe de Jaime Vera (30):

  • “Doquiera la acumulación capitalista haya alcanzado desarrollo medianamente notable, allí se verá como la extrema riqueza coincide con la pobreza extrema” (pág. 36).
  • “El mercado es el campo de batalla donde los distintos capitales contienden sin tregua para vender. En él impera en absoluto el principio darwiniano de la lucha por la existencia. Allí toda consideración humanitaria cesa” (pág. 37).
  • “Romper el molde capitalista es emancipar al hombre de la lucha darwiniana por la existencia en el orden económico” (pág. 46).
  • “Si los Gobiernos y su poderdante la burguesía, por una parte, y la clase trabajadora, por otra, se alzan frente a frente como dos poderes rivales, como dos términos incompatibles en el terreno histórico, representando el poder burgués la conservación del capitalismo y representando el poder obrero la revolución colectivista, tan absurdo es en los poderes políticos ofrecer espontáneamente pactos, concesiones o mejoras, como sería insigne mentecatez en los trabajadores creer en su posibilidad” (pág. 57).
  • “Tenemos que considerar el propósito ostensible del Sr. Moret puramente fantástico, y las tareas de la Comisión informadora, infecundas. Deplorable es, sí, la situación presente de la clase obrera en España; más si se quiere hablar con verdad del porvenir, hay que confesar que sería esperanza vana confiar en días mejores, si no, muy al contrario, que su agravación habría de llegar al extremo, a no impedirlo la resistencia obrera, luchando cada vez con más fuerza contra la clase explotadora” (pág. 58).
  • “Los ascendientes de los actuales proletarios fueron perseguidos como delincuentes de su inactividad y de su pobreza forzosas, y los únicos socorros que debieron a la paternal solicitud de los Poderes públicos fueron inmundas pordioserías, las cárceles, las galeras, la marca y los azotes, la esclavitud y la horca. De esta legislación sanguinaria contra los expropiados aún quedan huellas en los Códigos actuales” (pág. 64).
  • “Toda legislación aparentemente encaminada a la protección del trabajo ha tenido por verdadero objeto la defensa de los intereses capitalistas-colectivos; pero sólo se ha hecho efectiva, cuando las reclamaciones obreras han amenazado graves compromisos para estos intereses, mereciendo, por lo tanto, considerarse todas las mejoras legales obtenidas para el trabajo como verdaderas conquistas de la clase obrera sobre la clase burguesa, nunca como concesiones humanitarias de ésta. Así, donde ha faltado la fuerza proletaria para sostenerlas, el desenfreno capitalista no ha tenido limite” (pág. 67).

La creación de la Comisión de Reformas Sociales fue un intento de respuesta conciliadora, por parte de los dirigentes del Estado liberal – capitalista, al creciente malestar de la clase trabajadoras por todas de deficiencias y desigualdades que padecían. Ya hemos comentado que al final del primer tercio del siglo XIX, la liquidación de los gremios y, por ende, de la acción social que prestaban dio lugar a la creación de sociedades privadas de socorros mutuos que solían agruparse por profesiones. El estado liberal trató, asimismo, de fomentar el ahorro individual potenciando las cajas de ahorro, que desde 1839, estipulo que debían establecerse en todas las provincias asociadas a un Monte de Piedad para canalizar los pequeños préstamos.

A este respecto, Esther Martínez Quintero en su estudio El nacimiento de los seguros sociales en el contexto de reformismo y la respuesta del movimiento obrero (31), señala que mientras las sociedades de socorros mutuos canalizaron las demandas de protección de los trabajadores urbanos, las cajas de ahorro, fundamentalmente, canalizaron el ahorro agrario. También advierte esta investigadora, que, por una parte, se produjo un asociacionismo mixto de obreros y patronos en los círculos católicos, y por otra, en mutuas exclusivamente obreras que, además de tratar de prestar amparo a sus asociados, aparecían relacionadas con sociedades de resistencia para la mejora de la clase obrera. Para 1904, indica esta autora, “existirían unas 309 sociedades de socorro mutuo obreras, con 84.420 asociados”, cifra que, de ser cierta, resulta absolutamente ridícula si tenemos en cuenta que a comienzos del siglo XX España ya superaba los 18 millones de habitantes. En todo caso implica que fuera de la beneficencia, únicamente aplicada a los pobres de solemnidad, el Estado se desentendía de toda acción social.

En esta línea, la progresiva presión de las organizaciones de trabajadores dará lugar a pasos tímidos. En ese año de 1904 la Comisión de Reformas Sociales se transforma en Instituto de Reformas Sociales (dedicado al estudio y preparación de propuestas de leyes de protección de los trabajadores), y en 1908 se crea el Instituto Nacional de Previsión (INP) que inicia la capitalización de pensiones sociales. En ambas instituciones aparecerá como consejero, en representación de los trabajadores, Matías Gómez Latorre, tipógrafo y uno de los fundadores de la Agrupación Socialista de Madrid (32). La prestación de atención médico-farmacéutica a todos los trabajadores y sus familias no se abordará hasta la IIª República y, hasta entonces, para los pocos que pueden pagar las cuotas se mantiene el régimen de mutualidades privadas.

Álvaro López Núñez (1865-1936), periodista, académico de Ciencias Morales y Políticas, defensor de los seguros sociales y de la democracia cristiana, escribió para el Instituto de Reformas Sociales la monografía El Seguro Obrero en España (33), en donde describe las estadísticas de las asociaciones obreras en España en 1904. Con respecto a los seguros de enfermedad señala que están explotados como un negocio de reciente creación. Los asociados pagan, por término medio, una peseta mensual por la asistencia médico-farmacéutica individual y dos por la familiar. Añade que, según datos oficiales en Madrid había en 1903 más de 30 sociedades de esta índole. Los servicios facultativos son prestados por médicos y farmacéuticos principiantes a los que se impone un trabajo abrumador, el beneficio de estas sociedades alcanza el 53 por ciento de las cuotas recibidas, y, detalla: “hay Sociedades de esta índole en Madrid, Barcelona, Málaga, Sevilla, Burgos, Zaragoza, Granada, Cartagena, Palencia, Alicante y en ,otras muchas localidades de España, y contra sus abusos se han recibido en el Ministerio de la Gobernación muy amargas y justificadas quejas”.

Mutualidad Obrera socialista

Precisamente en 1904, el 1 de septiembre, y sería lógico interpretarla como una medida de ampliación de servicios a sus afiliados, se constituye la Mutualidad Obrera, cooperativa médico-farmacéutica y de enterramiento de trabajadores asociados. En Renovación. Órgano de la Federación de Juventudes Socialistas de España, del 1 de enero de 1914 (34), incluye la historia de la Mutualidad Obrera. Según detallan: 

  • “El primero de septiembre de 1904 comenzó su vida oficial la Mutualidad Obrera con 1.300 socios entre familiares e individuales”.
  • El servicio que inmediatamente instaló fue el siguiente: cuatro médicos de Medicina general, un tocólogo, un comadrón, una comadrona, un practicante de medicina y cirugía, un consultorio con un conserje, una farmacia con un farmacéutico, dos auxiliares de farmacia y un mozo. En las oficinas dos oficiales y además dos cobradores”.
  • “Como no se tenía fondo alguno y no se contaba con más ingresos que los que resultasen de las cuotas y los gastos eran muy superiores a los ingresos, hubo necesidad de recurrir a la solidaridad de las sociedades de resistencia y, en honor a todas ellas, es justo consignar aquí que las que podían respondieron admirablemente, y que se dieron cuenta de la importancia de la empresa”.
  • “Después, hasta en 1910, tuvo una vida bastante precaria lo que es natural en toda organización incipiente”.
  • “Hoy (por el 1 de enero de 1914) la clase trabajadora madrileña puede presentar a los obreros de toda España la sociedad más importante de este carácter”.
  • “Actualmente (1914) figuran en la Mutualidad Obrera 9.840 familias; es decir, disfrutan de los servicios que ha establecido más de 40.000 individuos”.
  • “Tiene 26 médicos de medicina general, dos cirujanos, tres tocólogos, cuatro practicantes de medicina y cirugía, dos comadrones, 12 comadronas, 6 farmacias (una fuera del término municipal de Madrid) y un laboratorio. En estas dependencias prestan servicios 6 farmacéuticos, 22 auxiliares de farmacia y 12 mozos. Tiene 7 consultorios (dos fuera del término municipal de Madrid) cinco conserjes y cinco auxiliares. En las oficinas hay tres oficiales y un auxiliar, seis cobradores y un gerente; es decir, que el personal técnico y administrativo en total suman 110 individuos. Todo este personal ingresa por concurso de méritos con arreglo a las bases aprobadas por la Junta general de mutualistas”.
  • “También posee una clínica operatoria, con su sala de operaciones e instrumental necesario para hacer toda clase de operaciones y camas en habitaciones separadas, donde asisten a los operados las personas de la familia que los interesados creen conveniente sin temor a presiones de ninguna clase que puedan violentar su conciencia”.
  • “Para que se tenga una idea de la importancia de la Mutualidad Obrera en cuanto a movimiento y a los servicios que presta, es suficiente dar los datos correspondientes al mes de noviembre último”.
  • “En el mes de noviembre (de 1913) hubo resumen de cuentas que dio el siguiente resultado: ingresos 64.075 pesetas, gastos 39.194 pesetas, quedando para el mes de diciembre un fondo de 24.880 pesetas. En medicamentos se ha gastado en dicho mes 14.805 pesetas, en material de cura y operaciones 1.186, por defunciones 2.806, en alquileres 1.647 y en contribuciones 1.948. En haberes del personal la cifra ascendió a 14.502 pesetas.
  • “Los servicios prestados en ese mismo mes son los siguientes: consulta de enfermedades de la vista 100, de cirugía 1.410, de matriz 274 y de otras enfermedades no clasificadas 5.907. Los avisos para la asistencia a domicilio han sido 1.240, los partos asistidos 127, las defunciones 43, y las recetas despachadas a los socios entre todas las farmacias suman 14.967. Por todo lo expuesto, está demostrado que las organizaciones de esta clase pueden reportar de una manera inmediata grandes beneficios a la clase trabajadora y que por lo tanto todos estamos obligados, naturalmente sin dejar de trabajar en otros sentidos, a cooperar al desarrollo y fundación de toda clase de cooperativas de consumo y mutualidades”.

El fundador fue Francisco Largo Caballero (gerente y posteriormente presidente del Consejo Administrativo), junto con un grupo de obreros de la Casa del Pueblo de Madrid. Según sus estatutos “para ser socio era obligatorio estar afiliado a uno de los sindicatos del Centro de Sociedades Obreras de Madrid (más tarde, la Casa del Pueblo). En la práctica, los obreros no fueron los únicos miembros de la Mutualidad, pronto pertenecieron a la misma otros tipos de asalariados, como periodistas, empleados de bajos sueldos de las administraciones públicas, entidades bancarias, miembros de profesión liberales, etc. Existieron dos clases de beneficiarios: el individual, que tenía que pagar una cuota 1,15 pesetas mensuales y el familiar, desembolsando 2,25 pesetas” (35).

El único vestigio físico de la Mutualidad Obrera que queda en Madrid es el Centro de Salud Eloy Gonzalo (calle Eloy Gonzalo, 24), anteriormente Residencia Sanitaria Fernando Primo de Rivera y geriátrico público, con titularidad sucesiva (hacia atrás) de la Consejería de Sanidad de Madrid, el INSALUD, el INP y la Obra Sindical 18 de julio. Edificio expoliado a la UGT en 1939 por los vencedores de la Guerra Civil (36). Fue construido a partir de 1928, e inaugurado como Clínica de la Mutualidad Obrera en 1932, siendo su jefe clínico el Dr. Ramón Gallastegui (37).

Conflicto entre la Mutualidad Obrera y los farmacéuticos

Para concluir, es ocasión de traer el pensamiento directo de Jaime Vera en relación con el pleito surgido entre la Mutualidad Obrera y algunos colectivos farmacéuticos.

Sobre el enconamiento del problema se puede leer, desde el punto de vista del PSOE, la información Los farmacéuticos y la Mutualidad Obrera, publicada en El Socialista del 29 de marzo de 1914 (38), donde entre otras cuestiones se señala: “La Mutualidad Obrera tiene potencia para sostener farmacias por su cuenta, evitando así el tener que estar sujeta a contratos que puede prescindir, en beneficio de sus asociados. Tiene necesidad de esas farmacias porque su desarrollo, el número de vecinos a los que alcanza su acción, lo exigen imprescindiblemente. Ahora no lo tiene merced a ese privilegio medieval que los farmacéuticos disfrutan”.

A este respecto disponemos de tres cartas del propio Jaime Vera, de fechas 6, 7 y 20 de mayo de 1914, dirigidas a Francisco Largo Caballero, presidente del Consejo Administrativo de la Mutualidad, que le había solicitado opinión sobre el conflicto. Son de amplitud extensa y tratamos de sintetizar su contenido e ideas clave (39):

  • “El interés de los mutualistas es interés público”.
  • “Los medios curativos son de necesidad apremiante. La falta de medicamentos, en la oportunidad, puede costar la vida”.
  • “Toda elevación contractual de precios, que disminuye automáticamente el consumo de productos farmacéuticos, es sencillamente homicida”.

Se trata de una posición que podría ser perfectamente la de nuestros días; es decir, el interés de los mutualistas (pacientes) es interés público. La falta de medicamentos puede atentar al derecho fundamental a la vida y, la elevación de precio, que incida como límite en el acceso al medicamento, es homicida.

Por otra parte, Jaime Vera analiza con rigor científico las circunstancias, de la misma manera que elaboraba los informes médicos-legales en los pleitos en los que era requerido como perito. En este sentido y sobre la situación del propio colectivo farmacéutico, apunta:

  • “El antiguo boticario, que a veces herborizaba por sí mismo, trabajaba en su laboratorio como en su taller el artífice dueño del instrumento de su trabajo. A lo más colaboraban en su obra practicantes o discípulos, siendo a la vez maestro y operario”.
  • “La acción absorbente y propulsiva del capital transforma esta pequeña industria y este pequeño comercio en industria y comercio a gran escala”.
  • “Los límites de producción capitalista no son los naturales de las formas productivas y las necesidades mesurables, sino los medios de pago de los consumidores (…) La farmacéutica capitalista deriva de este axioma: los perfeccionamientos de la producción farmacéutica son en ella un derivado; el objeto directo, la ganancia”.
  • “En los tiempos de la producción farmacéutica individual la sencillez y el poco coste relativo de la botica, normal instrumento de trabajo del farmacéutico, hacía racional la presunción de que su propiedad fuese accesible a cuantos llevasen sus estudios a buen término. Tener botica era el modo normal de ejercer la profesión, en la pequeña botica no cabían farmacéutico y el empresario sino fundidos en una misma persona. La prohibición absoluta de abrir y explotar boticas a los extraños a la profesión equivalía exactamente a consignar el exclusivo derecho de ejercer la farmacia a sus licenciados y doctores de la facultad. Así defendía la ley al farmacéutico y al público del intrusismo, el enemigo común”
  • “La penetración del capital extraprofesional en la producción farmacéutica en la botica tiene alta significación porque modifica esencialmente la botica esta institución tradicional en su botica ya no está solo el farmacéutico, aunque invisible para los que no ven con la inteligencia allí ha entrado y está la representación del capital y está allí para llevarse su parte para especular por medio del farmacéutico con el público”.

Desde nuestro punto de vista en estas reflexiones se encuentra el quid del asunto. La Mutualidad Obrera pretendía tener farmacias propias, ser la propietaria de establecimientos de dispensación de medicamentos con farmacéuticos como directores técnicos. Una opción a la que con toda lógica legal querrían acceder otras entidades privadas, posiblemente sin los intereses altruistas de una cooperativa de trabajadores, si no, como subraya Vera, con pretensiones capitalistas especulativas que ya se estaban produciendo en otros países. Con ese punto de vista, no por corporativismo, como apuntaba el artículo de Pilar León Sanz que citábamos al inicio (01), sino como defensa de los profesionales intelectuales (médicos como él mismo, farmacéuticos, periodistas, enseñantes, etc.), es por lo que defiende como mejor opción, en el caso de los farmacéuticos, es el modelo tradicional que vinculaba el ejercicio profesional con la propiedad del establecimiento. Algo que, a su vez, entraba dentro de su lógica de considerar a la burguesía progresista como aliada coyuntural de la clase obrera.

El trasfondo de esta toma de posición tenía su contrapunto en el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Madrid, presidido en 1914 por Ramón Sáiz de Carlos. Los farmacéuticos se enfrentaban a varios problemas que cuestionaban su propia identidad profesional. Por una parte, el decreto de colegiación obligatoria de 1898 no estaba funcionando por el rechazo de un sector de los titulares, por otra, sufrían un acoso de competencia desleal por parte de la farmacia militar y los drogueros que estaban vendiendo principios activos. Una de las opciones que manejaban, pero que todavía no estaba consolidada, era la Unión Farmacéutica Nacional, corporación farmacéutica que había nacido en 1913 que trataba de implantar la colegiación obligatoria y consolidar el monopolio de la preparación de medicamentos. En ese escenario citan las actas de la Junta de Gobierno del Colegio de Madrid de 1914 (40), en el mes de mayo de 1914 irrumpe, desde su punto de vista, la petición de la Mutualidad Obrera al Ministerio de Gobernación (máxima autoridad sanitaria) solicitando autorización para instalar farmacias. Los farmacéuticos tratan de defenderse “como gato panza arriba” y sacan a la luz todas las argumentaciones legales que sostenían su ejercicio.

Ante el conflicto social, Largo Caballero, presidente del Consejo Administrativo de la Mutualidad Obrera, pide consejo a Jaime Vera, y éste contesta en los términos conciliadores ya mencionados que, en definitiva, eluden un conflicto abierto con un segmento profesional que no era hostil.

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