AUTORA: María Julia Bertomeu Consejo Nacional de Investigaciones Científicas de la República Argentina. Comisión Editorial de la la revista AJM
Editorial de la Revisra nº 3 de mayo de 2021 de AAJM.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas de la República Argentina. Comisión Editorial de la la revista AJM.
En los primeros meses del año 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) informó sobre varios casos de neumonía en China (Wuhan). Muy pronto la pandemia de Covid 19 inició su recorrido por la aldea (capitalista) global. Se pusieron en práctica medidas de aislamiento y cuarentena en muchos países; casi en simultáneo algunos políticos y dirigentes de organismos internacionales -entre ellos el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Gutierrez- plantaban una semilla de esperanza que rápidamente se marchitó, al decir que la gestión del virus bien podría ser una oportunidad que llamara a la solidaridad, porque “la humanidad está angustiada y el tejido social se está desgarrando. La gente está sufriendo, enferma y asustada» (ONU, 2020, https:// news.un.org/es/story/2020/03/1471472).
Tras el comienzo de la vacunación, los reclamos públicos de solidaridad y cooperación para garantizar acceso y distribución equitativa no se han agostado, aunque no suenen creíbles. Hoy se nos revela –con los datos brutales de la pandemia- que aconteció todo lo contrario: que la distribución y los precios de las vacunas están regulados por un mercado oligopólico y que “el modelo de restricciones a la producción y de acceso desigual dará lugar a un incremento del precio y obviamente de las desigualdades internacionales, dejando a gran parte del mundo sin acceso hasta 2024” (de Menezes, 2021).1
Se habla del milagro de la aparición de vacunas en muy poco tiempo, aunque habría que revisar el uso del término milagro o atesorarlo para los quienes hacen ciencia, luchan por mantenerla abierta y con financiación pública y control democrático. La producción y distribución actual de vacunas no es un milagro en uno de los sentidos que el diccionario le otorga a la palabra: “hacer algo con muy pocos medios o hacer rendir mucho los medios de los que se dispone”. No fue asi, con algunas pocas excepciones. Las compañías farmacéuticas privadas recibieron ingentes sumas de dinero de los contribuyentes de algunos países con renta alta, y las empresas exigen firmar contratos secretos con cláusulas leoninas, para luego retener en exclusiva las patentes fruto del trabajo científico y la financiación mayoritaria con dinero público, sin control democrático. Para decirlo con palabras de Marina Mazzucato: “ni duda cabe que el trabajo para crear vacunas en cuestión de meses merece elogios. La humanidad ha dado un monumental salto tecnológico, aunque el trampolín fueron décadas de inversión pública masiva en investigación y desarrollo. Sin embargo, para que los avances tecnológicos se traduzcan en salud para todos, las innovaciones creadas colectivamente deben regirse por el interés público y no por el beneficio privado. Esto es especialmente cierto cuando se trata de desarrollar, fabricar y distribuir una vacuna en el contexto de una pandemia” (Mazzucato, 2020).2
En el espacio académico y político tiene lugar hoy una disputa creciente acerca de la distribución, la producción y el innegable acaparamiento. Por un lado los “nacionalizadores” elaboran argumentos
para justificar una apabullante concentración de la producción y disponibilidad de vacunas e insumos en manos de los países ricos, con algunos curiosos argumentos sobre los méritos de un “buen nacionalismo” en tiempos de pandemia global, un absurdo sin duda alguna3. Por el otro, los cosmopolitas de distinto linaje, algunos reclamando una “cooperación global” de manera casi retórica, y otros que emprenden luchas políticas prometedoras exigiendo una vacuna del pueblo, la concesión de licencias obligatorias, levantar patentes mientras dure la pandemia.
¿Qué ocurrió con la ansiada solidaridad en pandemia? ¿Qué ocurrió que un concepto en principio esperanzador no hizo mella en los discursos y las prácticas, sabiendo hoy que la pandemia golpea muy especialmente a “las personas más vulnerables, que son las que viven en los países en desarrollo y los países menos adelantados con sistemas de salud débiles” (Correa, 2021)4. ¿Qué ocurrió que esa humanidad sufriente, angustiada y temerosa dejó de ser también el destinatario natural de las vacunas y de los cuidados en pandemia?5
Sucedieron muchas cosas y ninguna es nueva, todas eran esperables y están perfectamente documentadas. Por ejemplo: que las normas del comercio internacional de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que regula y administra el dinero de las patentes de medicamentos son vinculantes, mientras la Organización Mundial de la Salud no dispone de los medios jurídicos necesarios y suficientes para poner en práctica un verdadero programa de protección de la salud mundial (Velásquez, 2020). Y también sucedió que el “filantrocapitalismo” se apropió lentamente de la OMS, la institución creada en 1948 como un organismo público del sistema de Naciones Unidas especializado en la salud pública mundial. En los últimos 20 años la financiación pública proveniente de los 194 países miembros fue ampliamente superada por contribuciones voluntarias públicas o privadas (un 80 por ciento) incluidos los aportes filantrópicos de Bill y Melinda Gates. Tal como no se cansa de repetir Velásquez, la dependencia excesiva de las contribuciones voluntarias (privadas o públicas) da lugar a la incapacidad de establecer las prioridades mundiales de salud pública (Velásquez, 2020)6 .
I. Solidaridad, salud pública y
pandemia.
Como todos los conceptos normativos, el de solidaridad tiene una historia que deja huellas profundas en su semántica, y suele reaparecer con nervio en tiempos de crisis7 . Huelga decir que en su versión política, el concepto se potenció a finales del XIX, y muy especialmente con el movimiento “solidarista” que inició León Bourgeois, su gran impulsor. Antes de entrar en tema me permito recordar un breve texto suyo que hoy conserva actualidad, aunque la situación político-social era muy distinta:
“El término solidaridad está presente hoy en día por doquier, tanto en discursos como en escritos políticos. Al comienzo la palabra se usó como una simple variante de la fraternidad, el tercer término de la divisa republicana. Pero a medida que lo reemplazaba, el sentido que le adjudicaron tanto escritores, como oradores y la opinión pública fue tornándose parcial, menos profundo y más estrecho. ¿Es sólo un vocablo?, ¿se trata de una palabra nueva? ¿O simplemente de un capricho del lenguaje? ¿Sería correcto decir que la palabra enuncia una nueva idea que conlleva una evolución del pensamiento global?…..es como si las propias sílabas (de solidaridad) trajeran la solución para todos los problemas”. (…..)8
Incluso en pandemia, no es infrecuente que las sílabas de la solidaridad se presenten como la solución para todos los problemas, invocándosela incluso en contextos de injusticia global, sin nombrarla de manera explícita. Según decía en los primeros meses del 2020 el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, “solo detendremos el COVID-19 si somos solidarios”. “Los países, los asociados en el
ámbito de la salud, los fabricantes y el sector privado deben actuar juntos para que los frutos de la ciencia y la investigación beneficien a todas las personas…El reto es acelerar y armonizar los procesos para garantizar que, cuando los productos se consideren seguros y eficaces, puedan llegar a los miles de millones de personas que los necesitan en todo el mundo”. Y recordaba “, la experiencia pasada ‒por ejemplo, en los primeros días del tratamiento del VIH y en el despliegue de vacunas contra el brote de infección por el virus H1N1 en 2009‒demuestra que incluso cuando las herramientas están disponibles, no todas las personas tienen acceso equitativo a ellas”9 .
El presidente Macrón acude de manera constante a la solidaridad y a ciertos conceptos anejos como, por ejemplo, que las vacunas deberían ser consideradas bienes públicos universales distribuidos de manera equitativa a nivel global, y no como bienes privados que se distribuyen según capacidad de pago los dueños de las patentes10 . Solidaridad mundial en el reparto de insumos, medicamentos y vacunas, solidaridad interpersonal, solidaridad en acatar las normas de los sanitaristas en cuarentena, solidaridad con los vulnerables, solidaridad como estrategia para combatir el flagelo, solidaridad como egoísmo bien entendido, ¿qué ha sido de ella?
No hemos salido de la pandemia, tampoco tenemos razones para creer que saldremos más solidarios. Si la solidaridad, parafraseando a Habermas, es «la otra cara de la justicia», “el pegamento entre los ladrillos que forman la arquitectura de nuestras instituciones políticas y sociales”;11 en este momento de crisis capitalista brutal deberíamos comenzar por volver a construir los ladrillos con un criterio de justicia internacional, para que luego –en los intersticios- pudiera fraguar el pegamento de la solidaridad.12 Mi hipótesis es que en cuestiones de salud pública global vivimos tiempos de barbarie. Volveré sobre este punto en la sección final. Cuando se discute la distribución global de un bien social -en este caso medicamentos, insumos médicos en general y vacunas-, preciso es indagar ex ante de qué tipo de bien social se trata y cuáles son las instituciones internacionales que deberían trazar las estrategias globales. Mientras el filantrocapitalismo y la OMC decidan las prioridades en salud pública mundial, hablar de solidaridad es una pura retórica confundente que oculta el verdadero problema.
II. Distribución de vacunas.
La discusión bioética en tiempos de pandemia le presta atención creciente al tema de la distribución de vacunas e insumos. La principal polémica lo es entre el nacionalismo y el cosmpolitismo, y esta discusión está permeada por una puesta a punto del principio de solidaridad en salud pública, y muy especialmente también sobre su carácter legalmente vinculante en temas que atañen al derecho internacional.13
Hace varios años se publicó un artículo señero sobre la solidaridad en la salud pública, firmado por Barbara Prainsack y Alena Buyx, investigadora del Departamento de Ciencia política de la Universidad de Viena, la primera, e investigadora de la Universidad técnica de München, la segunda-. Es un estudio sobre la solidaridad entendida como un concepto emergente en bioética, uno de cuyos capítulos trata el tema que nos ocupa.14
Prainsack y Buyx propusieron una definición interesante y polémica de solidaridad en salud: “una práctica que expresa la voluntad de apoyar a otros con los que reconocemos una similitud en un aspecto relevante”. Interesantemente la definen como una práctica -y no un mero discurso- una acción en la que se patentiza la voluntad de apoyar a otros. El punto nodal de la definición, obviamente, depende de especificar cuáles son los ‘aspectos relevantes’ en los distintos contextos de aplicación. Por ejemplo, una identificación solidaria que une a todos los
que sostienen un sistema público de salud con sus impuestos, porque todos tienen en común la posibilidad de enfermar; y también la identificación entre aquellos que solidariamente se unen intentando excluir de la cobertura médica a las personas que han «elegido» estilos de vida poco saludables (Prainsack y Buyx, 2011). Es claro, entonces, que las conductas, prácticas o políticas de quienes se reconocen solidariamente entre sí no tienen que ser necesariamente causas justas.
Ahora bien, ¿cuáles son esos “aspectos relevantes” que las autoras le adscriben a la solidaridad en pandemia?:
“dado que los costes de la contención de las pandemias no son asumidos solo por un subgrupo, sino por toda la población, y dado que las pandemias se producen en un periodo de tiempo relativamente corto en el que las personas corren riesgos y tienen intereses muy diferentes, las posibilidades de movilizar la solidaridad para apoyar las medidas de salud pública son limitadas”. En particular, argumentamos que las medidas de salud pública impuestas por el Estado, por muy legítimas y útiles que sean, no deberían justificarse a priori con referencia a la solidaridad” (Prainsack, Buyx, 2011, 68)
Sin duda alguna el texto es descriptivamente interesante y aporta elementos para entender la ausencia de solidaridad interpersonal y comunitaria; sin embargo, el análisis resulta limitado porque está centrado mayoritariamente en la presencia o ausencia de fuerza motivacional subjetiva separada de los diseños institucionales y políticos. Por ejemplo, cuando explican la casi imposibilidad de hacer cumplir solidariamente medidas de salud pública, como lo son el cierre de escuelas y comercios y la reducción de la circulación15. Entre otros argumentos, Prainsack cita un estudio cualitativo con conclusiones interesantes, entre ellos que la insistencia de las autoridades públicas sobre los «grupos de riesgo» aumenta la percepción de las diferencias entre los grupos y alimenta las animosidades, en lugar de crear las condiciones necesarias para que florezca la solidaridad interpersonal o grupal.
La pregunta es ¿qué pasaría si extrapolamos este enfoque motivacional de la solidaridad para pensar en la salud pública global en pandemia?. Las autoras lo responden de manera parcial en el capítulo 7 del informe de Nuttfield.16 La estrategia expositiva que eligieron fue tomar como punto de partida una hipótesis de sentido común, para luego cuestionarla, a saber: dado que todos los países del mundo comparten un grado de vulnerabilidad ante una pandemia, y que todos pueden necesitar ayuda, sería lógico pensar que estarían dispuestos a compartir riesgos y beneficios para acabar con el flagelo que azota a la humanidad, realizando conductas solidarias con quienes lo están pasando peor. (Prainsack, Buyx, 2011, 91 y ss)
Pues bien, las autoras no son optimistas sobre el éxito de la solidaridad en pandemia por algunas de las siguientes razones: a) porque no es posible esperar que los países actúen de forma solidaria entre sí y sean capaces de reconocer cierta similitud “en un aspecto relevante” que los lleve a sentirse solidariamente conectados, como lo hacen habitualmente los individuos b) porque existen factores que no todos comparten, como el tamaño, la riqueza, la estructura política y la infraestructura de los países que impiden reconocer similitudes “en aspectos relevantes”, c) porque la asistencia mutua entre países en tiempos de pandemia es más difícil de argumentar pues no tenemos un super-gobierno que pueda dictar y hacer cumplir normas globales.
Aún sin desconocer que la solidaridad debería solidificarse en las sistemas de salud públicos y accesibles como lo hace Prainsack en el texto de 2020; el planteo adolece de un problema grave, que consiste en afirmar de manera a-crítica que “no tenemos un supergobierno que pueda dictar y hacer cumplir normas globales y obliguen a los países a prestarse ayuda mutua”. En realidad ocurre todo lo contrario: tenemos normas globales y geopolíticas impuestas por los países ricos de
un modo no precisamente democrático, y son justamente las que impiden que solidifiquen comportamientos solidarios, empezando por un buen funcionamiento del Programa COVAX que ha quedado en manos del filantrocapitalismo.
Este tipo de abordajes que ponen el acento en los aspectos subjetivos y motivacionales de la solidaridad –la voluntad de cooperar con quienes nos identificamos de alguna manera –, no prestan una debida atención a cuáles son los diseños institucionales en los que se fragua la salud pública internacional.
III. Pandemia, vacunas y barbarie
Las discusiones sobre la distribución de bienes sociales son hueras mientras no se explique de qué tipo de bienes se trata y, muy especialmente, si lo que se propone distribuir es una mercancía o un bien social imprescindible para el efectivo cumplimiento de derechos universales, como lo es el derecho a la salud.
El pensamiento liberal –en su variado espectro histórico y geográfico- tuvo un éxito cognitivo formidable para imponer ciertas ideas políticas, entre ellas que el mercado es la forma más apropiada de realizar todo tipo de intercambios sociales. Suelen exceptuar de la lógica mercantil algunos intercambios -como venderse como esclavo, vender el voto, la ciudadanía, vender un riñón-, algunas pocas excepciones similares a unos pequeños fragmentos no mercantilizables del orden social, ínsitos en las mismas transacciones de mercado (Radin, 1996, 30)17. Las vacunas, medicinas e insumos son hoy mercancías que los propietarios ofrecen a quienes tienen capacidad de pago y están dispuestos a firmar contratos que incluso hipotecan los recursos naturales de los países pobres.
Pues bien, hemos dicho antes que los mismos gobiernos que invocan la solidaridad internacional -entre ellos Francia- se oponen a tratar la petición liderada por los gobiernos de India y Sudáfrica para que los países miembros de la OMC renuncien voluntariamente a disposiciones del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), para evitar las barreras de las patentes durante la pandemia. “Los mismos países que bloquean esta iniciativa son los que han aplicado el ´nacionalismo de las vacunas´ o la priorización de sus ciudadanos”, y los datos nos dicen que a febrero de 2021: sólo 10 países concentran el 75% del total de las dosis producidas, mientras que más de 130 todavía no habrían recibiendo ninguna.18
La tríada “propiedad privada, contrato, mercado” viralizada como la panacea universal por la jerga política del capitalismo global fracasó, y en pandemia su fracaso es estrepitoso. En primer lugar i) porque en este momento la única respuesta inteligente -incluso para un egoísta racional – sería apoyar la suspensión de derechos de propiedad (intelectual) e imponer licencias obligatorias sin dilación, cosa que incluso algunas empresas y gobiernos “propietarios” sugieren hoy al reconocer que no son capaces de producir cantidades suficientes un bien esencial para la salud mundial (Lombardi, 2021). Pero también ii) porque el binomio propiedad privada y contratos (libremente consentidos) vuelve a poner en evidencia que entre el dominador y el vulnerable no hay posibilidad de firmar contratos legítimos. Las empresas exigen contratos públicos con cláusulas secretas, estrategias de compra anticipada que desperdician recursos escasos y pago adelantado sin información pública sobre precios y plazos.
Frente al desastre de la inequidad en el reparto de vacunas –el ejemplo más claro de que el mercado oligopólico no funciona- resulta curioso que todavía quien hoy intente argumentar que una vacuna no debería ser una mercancía sujeta a las leyes de un mercado oligopólico, tenga la carga de la prueba. Este imperialismo de un mercado capitalista global lleva a que el dinero domine fuera de su esfera y muy
especialmente en el ámbito político de las polis y en la cosmópolis, en la OMC y en la OMS. Estamos en manos del filantrocapitalismo que decide a quién “ayudar” en el marco de una batalla imperialista geopolítica brutal.
Como lo resume un trabajo reciente publicado por Germán Velásquez (South Center):
“El mayor problema de la OMS hoy en día, y al mismo tiempo la causa de muchos otros males, como se afirma en el documento oficioso, es la pérdida de control sobre el presupuesto ordinario. Esto ha llevado a una «privatización» progresiva del organismo. «En el momento en que los 194 Estados Miembros de la OMS, tras largas negociaciones, aprueban el presupuesto programático, sólo se puede prever una financiación parcial (aproximadamente el 20% de las cuotas)». Aproximadamente el 80% del presupuesto está en manos de contribuyentes voluntarios (públicos y privados), incluidas entidades filantrópicas como la Fundación Bill y Melinda Gates y un pequeño grupo de países industrializados, que hacen donaciones para fines específicos elegidos a menudo por ellos de manera unilateral. La dependencia excesiva de las contribuciones voluntarias (privadas o públicas) da lugar a la incapacidad de establecer prioridades basadas en las prioridades mundiales de salud pública…. Como se indica claramente en el documento oficioso franco-alemán: » (…) la financiación que llega se basa en gran medida en los intereses individuales de los donantes (…) la forma actual de financiación de la OMS ha dado lugar a un alto riesgo de vulnerabilidad y dependencia de los donantes…19
El informe de Velásquez concluye recomendando recuperar el carácter público y multilateral de la institución para ponerla al servicio de la salud publica mundial, porque el problema no es la falta de financiación sino cómo y quién financia al organismo. Para concluir deseo aclarar en qué sentido afirmo que – al menos en lo que hace al acceso y la distribución de vacunas y medicamentos esenciales- estamos en estado de barbarie. El capitalismo global –con la complicidad o con la exclusión de los gobiernos de algunos de sus países miembros- impone leyes canibalísticas, depredadoras y fraudulentas, y la mundialización de las reglas internacionales del comercio hacen imposible el efectivo goce del derecho a la salud y de uno de sus componentes centrales, el acceso a los medicamentos y vacunas.
Este proceso tuvo lugar de manera evidente desde el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC) y de los diversos tratados de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), y luego cobró fuerza adicional con la estrategia de promover negociaciones bilaterales —especialmente Norte-Sur— para fortalecer tales derechos allende lo consentido por los acuerdos multilaterales.
A la lista de horrores de la barbarie del capitalismo depredatorio internacional -sin democracia global- apuntamos ahora el manejo inequitativo de los recursos para salvar vidas en pandemia, la ausencia de una vacuna que también reciban los más vulnerables de la “aldea (capitalista) global. Como ha dicho el politólogo Jedediah Purdy en un artículo reciente con el que deseo cerrar mi artículo:
…“barbarie es un sistema que convierte a los pueblos en enemigos, víctimas y opresores de los demás…….es lo que divide a los pueblos y los enfrenta entre sí… es lo que el acaparamiento de recursos y las temibles economías hipercompetitivas hacen a las personas….es un sistema que mantiene a su gente en la oscuridad y no les da ninguna salida….Las crisis golpean como los terremotos o las plagas medievales; algunos sucumben a ellas, y los afortunados supervivientes pasan a la siguiente” 20 .
Barbarie es, también, que el destino de la humanidad dependa de las patentes de invención en el campo farmacéutico que consagran derechos patrimoniales que son incompatibles con el derecho universal a la salud, y en cierta medida también a la vida. Es absurdo hacer competir el derecho humano a la salud con los derechos patrimoniales de protección de creaciones
intelectuales. Y si estamos de acuerdo en el acaparamiento y las compras anticipadas de vacunas para Covid-19 por parte de los países más ricos tienen una relación directa con el actual sistema de patentes de invención, entonces estamos en condiciones de concluir que lo que ocurre es injusto y no sólo insolidario, que para que el cemento de la solidaridad frague es necesario volver a construir los ladrillos que hoy sustentan el injusto edificio de la salud global. (BergelBertomeu, 2020).21
REFERENCIAS
1.- De Menezez, Henrique Zeferino (2021) “The TRIPS waiver proposal: an urgent measure to expand access to the COVID-19 vaccines”, Research Paper, South Center 129. https://www.southcentre.int/wpcontent/uploads/2021/03/RP-129.pdf
2.- Mazzucato, Marina (2020, “Diseñar vacunas para las personas, no para las ganancias” https://sustainability.es/salud/ disenar-vacunas-para-las-personas-no-paralas-ganancias/) Acceso 11-04-2021.
3.- Fergusen, Kyle, Arthur Caplan (2020). ”Love thy neighbour? Allocating vaccines in a world of competing obligations”, J Med Ethics 2020;0:1–4. doi:10.1136/ medethics-2020-106887. Bollyky, T, Brown, Ch (2929) “The tragedy of vaccines nationalism”, Foreign Affaires https:// www.foreignaffairs.com/articles/unitedstates/2020-07-27/vaccine-nationalismpandemic “Global Gobernance for Covid-19 vaccines” www.thelancet.com Vol395 June20,2020. Acceso 11-04-2021. Un interesante debate político-estratégico paralelo: https://sustainability.es/politicaspublicas/la-vacunacion-en-europa-falloestas-son-las-razones/.
4.- Correa, Carlos (2021) “La pandemia de Covid-19: El acceso a la prevención y el tratamiento es una cuestión de seguridad nacional e internacional”. https:// www.southcentre.int/wp-content/uploads/ 2020/05/COVID-19-Open-Letter-REVES.pdf. Acceso 10-04-2021.
5.- Correa, Carlos (2021) “La pandemia de Covid-19: el acceso a la prevención y el tratamiento es una cuestión de seguridad nacional e internacional”. https:// www.southcentre.int/wp-content/uploads/ 2020/05/COVID-19-Open-Letter-REVES.pdf., Acceso 11-04-2021.
6.- Velásquez, Germán (2020) “Las reformas de la Organización Mundial de la Salud en la época de COVID-19”, Documento de Investigación 121, https:// www.southcentre.int/documento-deinvestigacion-121-noviembre-2020/. Obviamente suceden también muchas otras cosas, entre ellas i) una profunda crisis en la Organización Mundial de la Salud, producto de los desequilibrios de las relaciones internacionales y del quite de financiación en plena pandemia por parte de EEUU, ii) una creciente influencia del capital filantrópico sobre sus agendas, prioridades y programas como COVAX y y iii) la presión por parte de la industria farmacéutica y de los gobiernos que les conceden patentes por “invenciones” financiadas en gran parte con dineros públicos de los contribuyentes y que se usan como argumento para legitimar el nacionalismo de las vacunas. Es importante recordar también el concepto de “salud global” de los 80-90, que diseñó una estrategia siniestra de interdependencia entre la OMS, la OMC y el BM, siendo éste último el encargado de las reformas de los sistemas de salud y la OMC con el manejo, la administración y regulación de las patentes farmacéuticas que, en la práctica, supone que “la industria farmacéutica y las corporaciones internacionales de salud cogobiernan la agenda mundial de salud”. (Lombardi, Vanina, (2021), “El Covax invisibilizó la discusión sobre patentes” http://socompa.info/noticias/el-covaxinvisibilizo-la-discusion-sobre-patentes/)
7.- Sobre el concepto de solidaridad, su multiplicidad semántica, su apogeo y eclipse. Bertomeu, Maria Julia (2018) “El concepto de solidaridad y su multiplicidad semántica.
A la memoria de Toni Domènech”. Madrid, Endoxa, DOI: https://doi.org/10.5944/ endoxa.41.2018.21813 . http:// revistas.uned.es/index.php/endoxa/article/ view/21813. Acceso, 7-4-2121.
8.- Bourgeois, Léon (1896). Solidarité. pp. 6-7. http://classiques.uqac.ca/classiques/ bourgeois_leon/solidarite/ solidarite_couverture.html. Acceso, 5-04-2121. Acceso 4-04-2021.
9.- (https://www.who.int/es/news-room/ detail/24-04-2020-global-leaders-unite-toensure-everyone-everywhere-can-accessnew-vaccines-tests-and-treatments-forcovid-19). Acceso, 5-04-2021.
10.- Hace unas semanas Macron volvió a hablar de solidaridad por el envío de 250.000 vacunas a Colombia, aunque no deberíamos olvidar que la Comunidad Europea, EEUU y el Reino Unido bloquean el proyecto de resolución presentado por India y Sudáfrica ante la Organización mundial del comercio (OMC) para suspender las patentes mientras dure la pandemia.
11.- Habermas, Jürgen (1986) Autonomy and Solidarity, Peter Drews (edit), London, Verso.
12.- La metáfora elegida por Habermas deriva de la etimología del término y de varios verbos que forman el núcleo semántico de la palabra solidaridad, tales como cementar, fraguar y solidificar. Para continuar con el uso de la metáfora habermasiana, recordemos que los cementos no fraguan cuando el material de los ladrillos es defectuoso.
13.- Sobre el tema de la solidaridad en la ética de la salud pública, recomiendo el articulo de Angel Puyol de la Universidad Autónoma de Barcelona. Puyol, Angel (2017) “La solidaridad en la ética de la salud pública” , Revista Bioética y Derecho, 2017; 40: 33-47. Sobre solidaridad en el derecho internacional y cosmopolita: Rüdiger Wolfrum, Chie Kojima (eds.) (2009) Solidarity: A Structural Principle of International Law , Springer Heidelberg Dordrecht London New York . Para el tema que nos ocupa recomiendo especialmente el primer capítulo: Karel Wellens, (2009) “Revisiting Solidarity as a (Re-)Emerging Constitutional Principle: Some Further Reflections”.
14.- Barbara Prainsack y Alena Buyx (2011) “Solidarity: reflections on an emerging concept in bioethics” , Nuffield Foundation. El trabajo dedica un capítulo especial para los usos del concepto de solidaridad en pandemia del que me he nutrido. En el año 2020, Barbara Prainsack volvió sobre el tema ya con la pandemia del Covid19, con un artículo breve: Prainsack (2020) “Solidarity in Times of Pandemics”, Democratic Theory, Volume 7, Issue 2, Winter 2020: 124–133. El texto de Puyol de 2017, es una excelente puesta a punto y discusión de algunas de las tesis sobre aspectos normativos y descriptivos del principio de solidaridad en salud pública, y también sobre la importancia de no confundir solidaridad con justicia.
15.- Las autoras proponen una muy útil diferenciación entre distintos niveles de un posible ejercicio de la solidaridad en pandemia, por ejemplo, cuando los gobiernos y las autoridades públicas piden a la gente que haga algo costoso solidaria_ mente –no salir de sus casas, educar a sus hijos en el hogar o aceptar pérdidas de ingresos o incluso de sus puestos de trabajo en aras de la protección de unos pocos-, momento en el cual, como lo sabemos hoy, es muy probable que suscite resistencia en la población. El argumento central es que el periodo de tiempo no es lo suficientemente largo para que las personas pasen por diferentes etapas de capacidad y necesidad, lo que facilitaría el reconocimiento de las similitudes con diferentes grupos de personas. Obviamente la pregunta es cuánto tiempo debería pasar para que las personas con intereses distintos se identifiquen y actúen solidariamente, pues en la pandemia Covid19 los datos nos muestran que el paso del tiempo agudiza una lucha entre “intereses” distintos.
16.- El capítulo al que hago referencia es “Solidaridad en la práctica II: las pandemias
y la salud global en el caso de la gripe aviar” del Informe de 2011.
17.- Radin, Margaret (1996) Contested Commodities, London, Harvard University Press.
18.- Sobre el debate pendiente en la OMC recomiendo un excelente trabajo de Lombardi, Vanina (2021) “Covid-19 y patentes. El debate pendiente pendiente”. http://www.unsam.edu.ar/tss/covid-19-ypatentes-el-debate-pendiente/Acceso 11 abril 2021.
19.- El documento oficioso que Velásquez menciona en la cita es el “Non-Paper on Strengthening WHO’s leading and coordinating role in global health. With a specific view on WHO’s work in health emergencies and improving IHR implementation”, que fue elaborado por los gobiernos de Alemania y Francia, en el mes agosto de 2020. El informe de Velásquez realiza un análisis pormenorizado de algunas de las acciones que habría que modificar a futuro en la OMS, entre ellas revisar y hacer cumplir el RSI (Reglamento de la salud internacional), eliminando una palabra en el «el art. 1 del RSI en la medida en que las recomendaciones temporales se definan como medidas ‘vinculantes’. Pues “si bien otros instrumentos mundiales jurídicamente vinculantes incluyen mecanismos de incentivo para la aplicación y la presentación de informes, el RSI no prevé actualmente esos mecanismos….cosa que sí ocurre con la OMC”. (Velásquez, 2020, p. 11).
20.- Purdy, Jedediah (2020), “Solidarity and Crisis”. Dissent , https:// www.dissentmagazine.org/article/solidarityand-crisis, Acceso, 11-04-2021.
21.- Bergel, Salvador, Bertomeu, María Julia (2020) “Medicamentos esenciales, patentes y licencias obligatorias: Doha no es la respuesta”, Enrahonar. An International Journal of Theoretical and Practical Reason”, Barcelona, 65, 2020 75-84.